sábado, 6 de octubre de 2012

El Derecho de la Redención - 60

Los diezmos y las ofrendas dedicados a Dios son un reconocimiento de su derecho sobre nosotros por la creación, y son también un reconocimiento de su derecho por la redención. Por cuanto todo nuestro poder deriva de Cristo, esas ofrendas han de fluir de nosotros a Dios. Han de mantener siempre delante de nosotros el derecho de la redención, el mayor de todos los derechos, y el que entraña todos los demás. La comprensión del sacrificio hecho en nuestro favor ha de estar siempre fresca en nuestra mente, y ejercer siempre influencia sobre nuestros pensamientos y planes. Cristo ha de ser de veras como crucificado entre nosotros.
¿ No sabéis "que no sois vuestros? Porque comprado sois por precio."* ¡Qué precio ha sido pagado! Contemplemos la cruz, y la víctima alzada en ella. Mirad aquellas manos, atravesadas por los crueles clavos. Mirad sus pies, sujetados con clavos a la cruz. Cristo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo. Ese sufrimiento, esa agonía, es el precio de nuestra redención. La palabra de orden fue dada: "Libra a los que bajan a perecer eternamente. Yo he hallado rescate."
¿No sabéis que él nos amó, y se dio por nosotros, para que a nuestra vez nos diésemos a él? ¿Por qué no habrían de expresar amor a Cristo todos aquellos que le reciben por la fe, tan ciertamente como su amor ha sido expresado a nosotros por quienes él murió?
Se nos representa a Cristo como buscando a la oveja que se había perdido. Su amor nos circuye, trayéndonos de al redil. Su amor nos da el privilegio de sentarnos con él en los lugares celestiales. Cuando la bendita luz del Sol de Justicia resplandece en nuestros corazones, y descansamos en paz y gozo en el Señor, alabemos al Señor; alabemos a Aquel 421 que es la salud de nuestro rostro, y nuestro Dios. Alabémosle, no sólo en palabras, sino por la consagración a él de todo lo que somos y tenemos.
"¿Cuánto debes a mi Señor?"* No lo podéis computar. Puesto que todo lo que tenéis es suyo, ¿retendréis de él lo que él pide? Cuando él lo pide, ¿lo asiréis egoístamente como si fuese propio? ¿Lo guardaréis y lo aplicaréis a algún otro propósito que la salvación de las almas? Es así como se pierden miles de almas. ¿Cómo podemos manifestar mejor nuestro aprecio del sacrificio de Dios, su gran don al mundo, que enviando donativos y ofrendas, con la alabanza y el agradecimiento de nuestros labios, por causa del gran amor con que nos amó, y nos atrajo a sí mismo?
Mirando al cielo en súplica, presentaos vosotros mismos a Dios como siervos suyos, y todo lo que tenéis, diciendo: Señor, "lo recibido de tu mano te damos."* A la vista de la cruz del Calvario, y del Hijo del Dios infinito crucificado por vosotros, comprendiendo ese amor sin par, ese maravilloso despliegue de la gracia, sea vuestra ferviente pregunta: "Señor, ¿qué quieres que haga?" El os ha dicho: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura."*
Cuando veáis a las almas en el reino de Dios salvadas por vuestros donativos y servicios, ¿no os regocijaréis de que tuvisteis el privilegio de hacer esta obra?
Acerca de los apóstoles de Cristo, está escrito: "Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor, y confirmando la palabra con las señales que se seguían."* Sin embargo, el universo celestial aguarda los canales por los cuales los raudales de la misericordia han de fluir por el mundo. El mismo poder que tuvieron los apóstoles está ahora 422 a la disposición de los que quieran hacer el servicio de Dios.
El enemigo inventará todo ardid que esté en su poder para impedir que la luz resplandezca en nuevos lugares. Él no quiere que la verdad alumbre "como una antorcha." ¿Habrán de consentir nuestros hermanos que él tenga éxito en sus planes para estorbar la obra?
El tiempo está pasando rápidamente a la eternidad. ¿Retendrá alguno de Dios lo que es estrictamente suyo? ¿Le negará alguno lo que, aunque puede ser dado sin mérito, no puede ser negado sin que ello acarree la ruina? El Señor ha dado a cada uno su obra, y los santos ángeles quieren que hagamos esta obra. Mientras veláis, oráis y trabajáis, ellos están listos para cooperar con vosotros. Cuando el intelecto siente la influencia del Espíritu Santo, todos los afectos obran armoniosamente de acuerdo con la voluntad divina. Entonces los hombres darán a Dios lo suyo diciendo: "Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos."* Que Dios perdone a su pueblo que no a hecho esto.
Hermanos y hermanas, he tratado de presentaras las cosas tal como son; pero mi intento queda muy lejos de la realidad. ¿Rechazaréis mi súplica? No soy yo la que os suplico; es el Señor Jesús, que ha dado su vida para el mundo. No he hecho sino obedecer la voluntad, el requerimiento de Dios. Aprovecharéis la oportunidad de honrar la obra de Dios, y respetar a los siervos a quienes envió a hacer su voluntad guiando las almas al cielo?
"Esto empero digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama el dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros 423 toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra: Como está escrito: Derramó, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre. Y el que da simiente al que siembra, también dará pan para comer, y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los crecimientos de los frutos de vuestra justicia; para que estéis enriquecidos en todo para toda bondad, la cual obra por nosotros nacimiento de gracias a Dios: Porque la suministración de este servicio, no solamente suple lo que a los santos falta, sino también abunda en muchos nacimientos de gracias a Dios: que por la experiencia de esta suministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la bondad de contribuir para ellos y para todos; asimismo por la oración de ellos a favor vuestro, los cuales os quieren a causa de la eminente gracia de Dios en vosotros. Gracias a Dios por su don inefable."* 424
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Apéndice
NUESTRA ACTITUD PARA CON LAS AUTORIDADES CIVILES
ALGUNOS de nuestros hermanos han dicho y escrito muchas cosas que se interpretan como expresiones de antagonismo hacia el gobierno y la ley. Es un error exponernos así a ser mal comprendidos. No es prudente censurar continuamente lo que hacen los gobernantes. Nuestra obra no consiste en atacar a individuos e instituciones. Debemos ejercer gran cuidado para que no se interprete nuestra actitud como oposición a las autoridades civiles. Es cierto que nuestra guerra es agresiva, pero nuestras armas se hallan en un claro "Así dice Jehová." Nuestra obra consiste en preparar un pueblo que subsista en el gran día de Dios. No debemos dejarnos desviar hacia actividades que estimulen controversia o despierten antagonismo en aquellos que no son de nuestra fe.
No debemos trabajar de una manera que nos señale como aparentando abogar por la traición. Debemos eliminar de nuestros discursos y escritos toda expresión que, tomada por sí sola, pudiera interpretarse como antagónica a la ley y el orden. Todo debe ser considerado cuidadosamente, no sea que nos comprometamos como fomentadores de la deslealtad a nuestro país y sus leyes. No se nos pide que desafiemos a las autoridades. Vendrá un tiempo en que, por defender la verdad bíblica, seremos tratados como traidores; pero no apresuremos ese tiempo con movimientos mal aconsejarlos que despierten animosidad y contención.
Llegará el tiempo en que las expresiones descuidadas, de carácter denunciador, que hayan sido pronunciadas o escritas descuidadamente por nuestros hermanos, serán empleadas por nuestros enemigos para condenarnos. Serán empleadas no sólo para condenar a quienes hicieron las declaraciones, sino que serán imputadas a todo el cuerpo de adventistas. Nuestros 426 acusadores dirán que en tal y cual día uno de nuestros hombres responsables dijo esto y esto contra la administración de las leyes de este gobierno. Muchos se asombrarán al ver cuántas cosas han sido atesoradas y recordadas para sostener los argumentos de nuestros adversarios. Muchos se sorprenderán al oír sus propias palabras exageradas hasta tener un significado que no se proponían darles. Tengan nuestros obreros cuidado de hablar con cautela en toda ocasión y circunstancia. Tengan todos cuidarlo, no sea que por expresiones temerarias provoquen un tiempo de angustia antes de la gran crisis que ha de probar las almas de los hombres.
Cuantos menos cargos directos hagamos contra las autoridades y poderes, tanto mayor será la obra que podremos realizar en América y en los países extranjeros. Las demás naciones seguirán el ejemplo de los Estados Unidos. Aunque éstos encabecen el movimiento, la misma crisis sobrevendrá a nuestro pueblo en todas partes del mundo.
Nuestra obra consiste en magnificar y ensalzar la ley de Dios. La verdad de la santa Palabra de Dios ha de ser manifestada. Hemos de mantener las Escrituras como regla de la vida. Con toda modestia, con espíritu de gracia, y con el amor de Dios, debemos señalar a los hombres el hecho de que el Señor Dios es el Creador de los cielos y de la tierra, y que el séptimo día es el día de reposo de Jehová.
En el nombre del Señor debemos ir adelante, desplegando su estandarte, defendiendo su Palabra. Cuando las autoridades nos ordenen que no hagamos esta obra; cuando nos prohiban proclamar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, entonces nos será necesario decir como los apóstoles: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído."* 427
La verdad ha de ser presentada con el poder del Espíritu Santo. Sólo éste puede hacer eficaces nuestras palabras. Únicamente por el poder del Espíritu se obtendrá y conservará la victoria. El agente humano debe ser guiado por el Espíritu de Dios. Los obreros deben ser guardados por el poder de Dios por medio de la fe que salva. Deben tener sabiduría divina, a fin de no decir nada que incite a los hombres a cerrarnos el camino. Inculcando la verdad espiritual, hemos de preparar un pueblo que sepa dar, con mansedumbre y temor, razón de su fe, ante las más altas autoridades del mundo.
Necesitamos presentar la verdad en su sencillez, abogar por la piedad práctica; y debemos hacerlo con el espíritu de Cristo. La manifestación de un espíritu tal tendrá la mejor influencia sobre nuestras propias almas, y un poder convincente sobre los demás. Demos al Señor oportunidad de obrar por medio de sus propios agentes. No nos imaginemos que nos será posible hacer planes para lo futuro; reconózcase a Dios como al que tiene el timón en todo tiempo y circunstancia. Él obrará por los medios adecuados, y mantendrá, aumentará y edificará a su pueblo.
Los agentes del Señor deben tener un celo santificado, un celo que esté completamente bajo la dirección divina. Con suficiente rapidez vendrán sobre nosotros los tiempos tormentosos, y no debemos asumir ninguna actitud que los apresure. Vendrá una tribulación de un carácter que impulse hacia Dios a todos los que quieran ser suyos, y suyos solamente. Mientras no seamos probados en el crisol, no nos conocemos a nosotros mismos, y no es propio que midamos el carácter de los demás y condenemos a aquellos que no han tenido todavía la luz del mensaje del tercer ángel.
Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad, que creemos santifica el alma y transforma el carácter, no estemos continuamente lanzándoles acusaciones vehementes. De esta manera les imponemos la conclusión de que la doctrina que profesamos no 428 puede ser cristiana, puesto que no nos hace bondadosos, corteses ni respetuosos. El cristianismo no se manifiesta en acusaciones y condenaciones violentas.
Muchos de nuestros hermanos están en peligro de tratar de ejercer un poder dominador sobre otros, y de imponer opresión a sus semejantes. Hay peligro que aquellos a quienes han sido confiadas responsabilidades no reconozcan sino un poder, el poder de la voluntad no santificada. Algunos han ejercido este poder sin escrúpulos y han causado gran desconcierto a aquellos a quienes el Señor usa. Una de las mayores maldiciones de nuestro mundo (y se la ve en las iglesias y en la sociedad por doquiera) es el amor a la supremacía. Los hombres se vuelven absortos en procurar el poder y la popularidad. Este espíritu se ha manifestado en la vida de los observadores del sábado, para pesar y vergüenza nuestra. Pero el éxito espiritual es alcanzado solamente por aquellos que han aprendido la mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo.
Debemos recordar que el mundo nos juzgará por lo que aparentemos ser. Sean cuidadosos los que tratan de representar a Cristo a fin de no manifestar rasgos de carácter inconsecuentes. Antes de adelantarnos al frente, cuidemos de que el Espíritu Santo sea derramado de lo alto sobre nosotros. Cuando tal sea el caso, daremos un mensaje decidido, pero será de un carácter mucho menos condenador que el que hemos estado dando; y todos los que crean serán mucho más fervientes en buscar la salvación de sus oponentes. Dejemos completamente en las manos de Dios el asunto de condenar a las autoridades y los gobiernos. Con mansedumbre y amor, defendamos como centinelas fieles los principios de la verdad tal cual es en Jesús.
PRESENTEMOS LA VERDAD CON AMABILIDAD
La verdad debe ser presentada con tacto, bondad y ternura divinos. Debe provenir de un corazón que ha sido enternecido y llenado de simpatía. Necesitamos 429 tener íntima comunión con Dios, no sea que el yo se levante como en el caso de Jehú, y derramemos un torrente de palabras impropias, que no son como rocío, ni como los suaves aguaceros que despiertan las plantas marchitadas. Sean amables nuestras palabras mientras tratemos de ganar las almas. Dios será sabiduría para aquel que busca sabiduría en la fuente divina. Debemos buscar las oportunidades por todas partes, velar con oración, y estar siempre listos para dar razón de la esperanza que está en nosotros, con mansedumbre y temor. A fin de no impresionar desfavorablemente un alma por la cual Cristo murió, debiéramos mantener nuestros corazones elevados a Dios, para que cuando la oportunidad se presente, tengamos la palabra de vida para pronunciarla en el debido tiempo. Si emprendéis así la obra de Dios, su Espíritu os ayudará. El Espíritu Santo aplicará al alma la palabra pronunciada con amor. La verdad tendrá poder vivificador cuando sea pronunciada bajo la influencia de la gracia de Cristo.
Ante todo, el plan de Dios ha de penetrar en el corazón. Hablemos la verdad, y dejémosle a él poner por obra el poder y el principio reformador. No hagamos referencia a lo que dicen los oponentes, antes presentemos solamente la verdad. La verdad puede cortar hasta lo vivo. Presentemos claramente la Palabra en todo su carácter impresionante.
A medida que las pruebas nos rodeen, se verán separación y unidad en nuestras vidas. Algunos que están ahora listos para tomar las armas de la lucha, demostrarán en tiempo de verdadero peligro que no han edificado sobre la roca; cederán a la tentación. Los que han tenido gran luz y privilegios preciosos, pero no los han aprovechado, con un pretexto u otro nos abandonarán. No habiendo recibido el amor de la verdad, serán arrebatados por las seducciones del enemigo; prestarán oído a espíritus seductores y doctrina de demonios, y se apartarán de la fe. Pero por otro lado, cuando la tormenta de la persecución estalle realmente 430 sobre nosotros, las verdaderas ovejas oirán la voz del verdadero Pastor. Harán esfuerzos abnegados para salvar a los perdidos, y muchos que se han extraviado del redil volverán a seguir al gran Pastor. El pueblo de Dios se unirá, y presentará al enemigo un frente unido. En vista del peligro común, cesará la lucha por la supremacía; no habrá disputas acerca de quién debe ser tenido por el mayor. Ninguno de los verdaderos discípulos dirá: "Yo soy de Pablo, o yo soy de Apolos, o yo soy de Cefas." El testimonio de cada uno será: "Me aferro a Cristo; me regocijo en él como mi Salvador personal."
Así penetrará la verdad en la vida práctica, y será contestada la oración de Cristo, elevada precisamente antes de su humillación y muerte: "Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste."* El amor de Cristo, el amor de nuestros hermanos, testificará ante el mundo de que hemos estado con Jesús y aprendido de él. Entonces se convertirá el mensaje del tercer ángel en un fuerte pregón, y toda la tierra será iluminada con la gloria de Dios.
LA PALABRA DE DIOS DEBE SER SUPREMA
El pueblo de Dios reconocerá el gobierno humano como un instrumento designado por Dios, y enseñará que se debe obedecerle como un sagrado deber dentro de su esfera legítima. Pero cuando sus requerimientos entran en conflicto con los requerimientos de Dios, debe reconocerse que la Palabra de Dios está por encima de toda legislación humana. El "así dice Jehová" no ha de ser puesto a un lado por el "así dice la iglesia o el estado." La corona de Cristo ha de ser levantada por encima de las diademas de los potentados terrenales.
El principio que hemos de sostener en este tiempo es el mismo que fue sostenido por los adherentes al 431 evangelio en la gran reforma. Cuando los príncipe se congregaron en la Dieta de Espira en 1529, parecía que la esperanza del mundo iba a ser aplastada. A esta asamblea fue presentado el decreto del emperador que restringía la libertad religiosa y prohibía toda diseminación ulterior de las doctrinas reformadas. ¿Iban a aceptar el decreto los príncipes de Alemania? ¿Debían las multitudes que estaban todavía en tinieblas ser privadas de la luz del evangelio? Grandes asuntos decisivos para el mundo estaban en juego. Los que habían aceptado la fe reformada, se reunieron, y la decisión unánime fue: "Rechacemos el decreto. En asuntos de conciencia la mayoría no tiene poder."
El estandarte de la verdad y la libertad religiosa que estos reformadores enarbolaron, nos ha sido confiado en este intimo conflicto. La responsabilidad de este gran don descansa sobre aquellos a quienes Dios ha bendecido con el conocimiento de su Palabra. Debemos recibir la Palabra de Dios como autoridad suprema. Debemos aceptar sus verdades por nuestra cuenta. Y podemos aceptar estas verdades únicamente en la medida en que las escudriñemos por estudio personal. Luego, a medida que hagamos de la Palabra de Dios la guía de nuestra vida, será contestada en nuestro favor la oración de Cristo: "Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad."* El reconocimiento de la verdad en palabras y hechos es nuestra confesión de fe. Únicamente así pueden los demás saber que creemos la Biblia.
Estos reformadores cuya protesta originó el nombre de protestante, sentían que Dios los había llamado a dar el evangelio al mundo, y al hacerlo estaban listos para sacrificar sus posiciones, su libertad y su vida. ¿Somos nosotros en el último conflicto de la controversia fieles a nuestro cometido como lo fueron al suyo los primeros reformadores? 432
Frente a la persecución y la muerte, la verdad para aquel tiempo fue difundida lejos y cerca. La Palabra de Dios fue llevada a la gente todas las clases; encumbradas y humildes, ricas y pobres, instruidas e ignorantes, la estudiaban asiduamente, y los que recibían la luz, se hacían a su vez sus mensajeros. En aquellos días la verdad fue presentada a la gente por la prensa. La pluma de Lutero era un poder, y sus escritos, diseminados por todas partes, movieron al mundo. Los mismos agentes están a nuestra disposición, pero multiplicados cien veces. Las Biblias, y publicaciones en muchos idiomas que presentan la verdad para este tiempo, están a la mano, y pueden ser llevadas rápidamente a todo el mundo. Hemos de dar la última amonestación de Dios a los hombres, y ¡cuál no debiera ser nuestro fervor en estudiar la Biblia, y nuestro celo en difundir la luz!

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