sábado, 6 de octubre de 2012

La Hospitalidad - 54

LA BIBLIA da mucho realce a la práctica de la hospitalidad. No sólo ordena la hospitalidad como un deber, sino que presenta muchos hermosos cuadros del ejercicio de esta gracia y las bendiciones que reporta. Entre ellos se destaca el caso de Abrahán.
En el libro de Génesis, vemos al patriarca de Mamre descansando bajo los robles durante el cálido atardecer del verano. Pasan cerca de allí tres viajeros. No solicitan hospitalidad ni favor alguno, pero Abrahán no les permite seguir su viaje sin refrigerio. Es un hombre anciano, digno y rico, altamente honrado, y acostumbrado a dar órdenes; sin embargo, al ver a estos forasteros "salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, e inclinándose hacia la tierra." Dirigiéndose hacia el que encabeza el grupo, dijo: "Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, ruégote que no pases de tu siervo."* Con sus propias manos, trajo agua a fin de que pudiesen lavar el polvo que sus pies recogieran en el viaje. El mismo les eligió la comida; mientras ellos estaban descansando a la fresca sombra, su esposa Sara les preparó la colación y Abrahán estuvo respetuosamente al lado de ellos mientras participaban de su hospitalidad. Les manifestó esta bondad simplemente como a viajeros, como a forasteros, que, tal vez no volvería a ver nunca. Pero terminado el agasajo, sus huéspedes se dieron a conocer. El no sólo había atendido a ángeles celestiales, sino a su glorioso Comandante, su Creador, Redentor y Rey. Y a Abrahán fueron abiertos los consejos del cielo, y fue llamado "amigo de Dios."
Lot, sobrino de Abrahán, aunque se había establecido en Sodoma, estaba imbuído con el espíritu bondadoso y hospitalario del patriarca. Viendo al anochecer a dos forasteros en la puerta de la ciudad, y conociendo los peligros que seguramente los asediarían en aquella 362 ciudad perversa, insistió en traerlos a su casa. No pensó en el peligro que ello podría entrañar para sí y su casa. Era parte de su vida proteger a los que estaban en peligro cuidar de los que estaban sin hogar; y el acto bondadoso hecho en favor de dos viajeros desconocidos trajo ángeles a su hogar. Aquellos a quienes trataba de proteger, le protegieron a él. Al anochecer los había conducido a su puerta para proporcionarles un lugar seguro; al alba ellos condujeron a él y a su familia a un lugar seguro fuera de las puertas de la ciudad condenada.
Dios atribuyó suficiente importancia a estos actos de cortesía para registrarlos en su Palabra; y más de mil años más tarde fueron mencionados por un apóstol inspirado: "No olvidéis, la hospitalidad, porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles."*
El privilegio concedido a Abrahán y Lot no nos es negado. Manifestando hospitalidad a los hijos de Dios, nosotros también podemos recibir a sus ángeles en nuestras moradas. Aun en nuestro tiempo los ángeles entran en forma humana en los hogares de las gentes, y son agasajados por ellas. Y los cristianos que viven a la luz del rostro de Dios son, siempre acompañados por ángeles invisibles, y estos seres santos dejan tras sí una bendición en nuestros hogares.
"Amador de la hospitalidad" es una de las cualidades que, según el Espíritu Santo, han de señalar al que debe llevar responsabilidad en la iglesia. Y a toda la iglesia es dada la orden: "Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios."*
Estas amonestaciones han sido extrañamente descuidadas. Aun entre los que profesan ser cristianos, se ejercita poco la verdadera hospitalidad. Entre nuestro propio pueblo la oportunidad de manifestar hospitalidad 363 no es considerada como debiera serlo: como un privilegio y una bendición. Hay enteramente muy poca sociabilidad, muy poca disposición para hacer lugar para dos o tres más en la mesa de la familia, sin molestia u ostentación. Algunos alegan que "es demasiado trabajo." No resultaría así si dijéramos: "No hemos hecho preparativos especiales, pero le ofrecemos gustosos lo que tenemos." El huésped inesperado aprecia una bienvenida tal mucho más que una preparación elaborada. Viene a ser negar a Cristo el hacer para las visitas preparativos que requieren tiempo que pertenece legítimamente al Señor. En esto robamos a Dios. Y también perjudicamos a otros. Al preparar un agasajo elaborado, muchos privan a su propia familia de la atención necesaria, y su ejemplo induce a otros a seguir la misma conducta.
El deseo de hacer ostentación para agasajar a las visitas crea inútiles congojas y cargas. A fin de preparar gran variedad para la mesa, la dueña de casa trabaja demasiado; y debido a los muchos platos preparados, los huéspedes comen demasiado; y la enfermedad y el sufrimiento, provenientes del demasiado trabajo por un lado y demasiado comer por el otro, son el resultado. Estos festines elaborados son una carga y un perjuicio.
Pero el Señor quiere que cuidemos de los intereses de nuestros hermanos y hermanas. El apóstol Pablo ha dado una ilustración de esto. Dice a la iglesia de Roma: "Encomiéndoos empero a Febe nuestra hermana, la cual es diaconisa de la iglesia que está en Cencreas: que la recibáis en el Señor, como es digno a los santos, y que la ayudéis en cualquiera cosa en que os hubiera menester: porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo."* Febe había atendido al apóstol, y se destacaba como hospitalaria para los forasteros que necesitaban cuidados. Su ejemplo debe ser seguido por las iglesias de hoy.
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A Dios le desagrada el interés egoísta tan a menudo manifestado para "mí y mi familia." Cada familia que alberga este espíritu necesita ser convertida por los principios puros ejemplificados en la vida de Cristo. Los que se encierran en sí mismos, que no están dispuestos a agasajar visitas, pierden muchas bendiciones.
Algunos de nuestros obreros trabajan donde es necesario atender con frecuencia visitas, sean de nuestros hermanos o forasteros. Algunos insisten en que la asociación debiera tomar nota de ello, y que además de su sueldo regular se les debiera conceder una cantidad suficiente para cubrir estos gastos extraordinarios. Pero el Señor ha encomendado la obra de la hospitalidad a todo su pueblo. No está de acuerdo con la orden divina el que una o dos personas hagan toda la obra hospitalaria de una asociación o una iglesia, o que se pague a los obreros para alojar y alimentar a sus hermanos. Esto es algo inventado por el egoísmo, y los ángeles de Dios toman nota de estas cosas.
Los que viajan de lugar en lugar como evangelistas o misioneros en cualquier ramo, deben recibir hospitalidad de los miembros de las iglesias con quienes trabajen. Hermanos y hermanas, haced un hogar para estos obreros, aun cuando sea a costa de considerable sacrificio personal.
Cristo lleva cuenta de todo gasto en que se incurre al dar hospitalidad por causa suya. El provee todo lo que es necesario para esta obra. Los que por amor de Cristo alojan y alimentan a sus hermanos, haciendo lo mejor que puedan para que la visita sea provechosa para los huéspedes como para sí mismos, son anotados en el cielo como dignos de bendiciones especiales.
Cristo dio en su propia vida una lección de hospitalidad. Cuando estaba rodeado por la muchedumbre hambrienta al lado del mar, no los mandó sin refección a sus hogares. Dijo a sus discípulos: "Dadles 365 vosotros de comer."* Y por un acto de poder creador proporcionó bastante alimento para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, ¡cuán sencillo fue el alimento provisto! No había lujo. El que tenía todos los recursos del cielo a su disposición podría haber presentado a la gente una comida suculenta. Pero proveyó solamente aquella que bastaba para su necesidad, aquello que era el alimento diario de los pescadores a orillas del mar.
Si los hombres fueran hoy sencillos en sus costumbres, y vivieran en armonía con las leyes de la naturaleza, habría abundante provisión para todas las necesidades de la familia humana. Habría menos necesidades imaginarias, y más oportunidad de trabajar en los modos de Dios.
Cristo no trató de atraer a los hombres a sí satisfaciendo el amor al lujo. El menú sencillo que proveyó era una garantía no sólo de su poder sino de su amor, de su tierno cuidado por ellos en las necesidades de la vida. Y mientras los alimentó con panes de cebada, también les dio a comer el pan de vida. El es nuestro ejemplo. Nuestro menú puede ser sencillo, y aun escaso. Nuestra suerte puede estar ligada con la pobreza. Nuestros recursos pueden no ser mayores que los de los discípulos que tenían cinco panes y dos pececillos. Sin embargo, al ponernos en relación con los necesitados, Cristo nos ordena: "Dadles vosotros de comer." Hemos de impartir de aquello que tenemos; y a medida que demos, Cristo cuidará de nosotros.
En relación con esto, leamos la historia de la viuda de Sarepta. A esta mujer que vivía en tierra pagana Dios envió a su siervo en tiempo de hambre para que le pidiese alimento. "Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija: y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que 366 lo comamos, y nos muramos. Y Elías le dijo: No hayas temor; ve, haz como has dicho: empero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra. Entonces ella fue, e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días."
Admirable fue la hospitalidad manifestada al profeta de Dios, por esta mujer fenicia, y admirablemente fueron recompensadas su fe y generosidad. "Y comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías. Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa, y la enfermedad fue tan grave, que no quedó en él resuello. Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿has venido a mí para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo? Y él le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó de su regazo, y llevólo a la cámara donde él estaba, y púsole sobre su cama.... Y midióse sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová.... Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió. Tomando luego Elías al niño, trájolo de la cámara a la casa, y diólo a su madre, y díjole Elías: Mira tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca."* Dios no ha cambiado. Su poder no es menor hoy que en los días de Elías. Y no menos segura que cuando fue pronunciada por nuestro Salvador es la promesa que Cristo ha dado: "El que recibe profeta en nombre de profeta, merced de profeta recibirá."* 367
A sus fieles siervos de hoy como a sus primeros discípulos, se aplican las palabras de Cristo: "El que os recibe a vosotros, a mí recibe; y el que a mí recibe, recibe al que me envió." Ningún acto de bondad hecho en su nombre dejará de ser reconocido y recompensado. Y en el mismo tierno reconocimiento Cristo incluye aun a los más débiles y humildes de la familia de Dios. "Y cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos -los que son como niños en su fe y conocimiento- un vaso de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo, que no perderá su recompensa."*
La pobreza no necesita privarnos de manifestar hospitalidad. Hemos de impartir lo que tenemos. Hay quienes luchan para ganarse la vida, quienes tienen grandes dificultades para suplir sus necesidades; pero aman a Jesús en la persona de sus santos, y están listos para mostrar hospitalidad a creyentes e incrédulos, y tratan de hacer provechosas sus visitas. En la mesa y en el altar de la familia, dan la bienvenida a los huéspedes. El momento de oración impresiona a aquellos que reciben su hospitalidad, y aun una visita puede significar la salvación de su alma de la muerte. El Señor toma nota diciendo: "Te recompensaré."
Hermanos y hermanas, invitad a vuestros hogares a aquéllos que necesitan hospitalidad y bondadosa atención. No hagáis ostentación, pero al ver su necesidad, acogedlos, y mostradles verdadera hospitalidad cristiana. Hay preciosos privilegios en el trato social.
"No con sólo el pan vivirá el hombre,"* y a medida que nosotros impartimos a otros de nuestro alimento temporal, debemos impartir también esperanza, valor y amor cristianos. Debemos "consolar a los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios."* Y se nos asegura que "poderoso es Dios para hacer que abunde 368 en vosotros toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra."*
Estamos en un mundo de pecado y tentación; en todo nuestro derredor hay almas que perecen sin Cristo; y Dios quiere que trabajemos por ellas de toda manera posible. Si tenemos un hogar agradable, invitemos a los jóvenes que no tienen hogar, los que necesitan ayuda, que anhelan simpatía, palabras bondadosas, de respeto y cortesía. Si deseáis traerlos a Cristo, debéis mostrar vuestro amor y respeto hacia ellos como la compra de su sangre.
En la providencia de Dios estamos en relación con los inexpertos, con muchos que necesitan compasión y piedad. Necesitan socorro, porque son débiles. Los jóvenes necesitan ayuda. En la fuerza de Aquel cuya amante bondad se ejercita hacia los impotentes, los ignorantes, los que son contados como los menores de sus pequeñuelos, debemos trabajar para su futuro bienestar, para la formación de un carácter cristiano. Aquellos mismos que más necesitan ayuda, serán a veces los que nos probarán más la paciencia. "Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños -dice Cristo;- porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está, en los cielos."* Y a los que atienden a estas almas, el Salvador declara: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis."*
Las sienes de aquellos, que hacen esta obra llevarán la corona del sacrificio. Pero recibirán su recompensa. En el cielo veremos a los jóvenes a quienes ayudamos, a aquellos a quienes invitamos a nuestras casas, a aquellos que apartamos de la tentación. Veremos sus rostros reflejar la radiante gloria de Dios. "Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes."*
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