"TODO lo
que respira alabe a Jah." ¿Hemos considerado alguno de nosotros de cuántas
cosas debemos estar agradecidos? ¿Recordamos que las misericordias del Señor se
renuevan cada mañana, y que su fidelidad es inagotable? ¿Reconocemos que
dependemos de él, y expresamos gratitud por todos sus favores? Por el
contrario, con demasiada frecuencia nos olvidamos de que "toda buena
dádiva y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las
luces".*
Cuán a menudo
los que gozan de salud se olvidan de las admirables mercedes que les son
concedidas continuamente día tras día y año tras año. No rinden tributo de
alabanza a Dios por todos sus beneficios. Pero cuando viene la enfermedad, se
acuerdan de Dios. El intenso deseo de recuperar la salud los induce a orar
fervientemente; y eso está bien. Dios es nuestro refugio en la enfermedad como
en la salud. Pero muchos no le confían su caso; estimulan la debilidad y la
enfermedad acongojándose acerca de sí mismos. Si dejasen de quejarse, y se
elevasen por encima de la depresión y la lobreguez, su restablecimiento sería
más seguro. Deben recordar con gratitud cuánto han disfrutado de la bendición
de la salud y si este precioso don les es devuelto, no deben olvidar que tienen
una renovada obligación hacia su Creador. Cuando los diez leprosos fueron
sanados, únicamente uno volvió para buscar a Jesús y darle gloria. No seamos
como los nueve ingratos, cuyo corazón no fue conmovido por la misericordia de
Dios.
Dios es amor. El
cuida de las criaturas que formó.
"Como el
padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen"
"Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de
Dios".* ¡Cuán precioso privilegio es éste, que seamos hijos e hijas del
Altísimo, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo! No nos lamentemos, 78
pues, porque en esta vida no estemos libres de desilusiones y aflicción. Si, en
la providencia de Dios, somos llamados a soportar pruebas, aceptemos la cruz, y
bebamos la copa amarga, recordando que es la mano de un Padre la que la ofrece
a nuestros labios. Confiemos en él, en las tinieblas como en el día. ¿No
podemos creer que nos dará todo lo que fuere para nuestro bien? "El que
aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿ cómo no
nos dará también con él todas las cosas?".* Aun en la noche de aflicción,
¿cómo podemos negarnos a elevar el corazón y la voz en agradecida alabanza,
cuando recordamos el amor a nosotros expresado por la cruz del Calvario ?
¡Qué tema de
meditación nos resulta el sacrificio que hizo Jesús por los pecadores perdidos!
"Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados:
el castigo cae nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros
curados".* ¿Cuánto debemos estimar las bendiciones así puestas a nuestro
alcance? ¿Podía Jesús haber sufrido más? ¿ Podría haber comprado para nosotros
más ricas bendiciones? ¿No debiera esto enternecer el corazón más duro, cuando
recordamos que por causa nuestra dejó la felicidad y la gloria del cielo, y
sufrió pobreza y vergüenza, cruel aflicción y una muerte terrible? Si por su
muerte y resurrección él no hubiese abierto para nosotros la puerta de la
esperanza, no habríamos conocido más que los horrores de las tinieblas y las
miserias de la desesperación. En nuestro estado actual, favorecidos y
bendecidos como estamos, no podemos darnos cuenta de qué profundidades hemos
sido rescatados. No podemos medir cuánto más profundas habrían sido nuestras
aflicciones, cuánto mayores nuestras desgracias, si Jesús no nos hubiese
rodeado con su brazo humano de simpatía y amor, para levantarnos.
Podemos
regocijarnos en la esperanza. Nuestro Abogado está en el santuario celestial
intercediendo por nosotros. Por sus méritos tenemos perdón y paz. 79 Murió para
poder lavar nuestros pecados, revestimos de su justicia, y hacernos idóneos
para la sociedad del cielo, donde podremos morar para siempre en la luz. Amado
hermano, amada hermana, cuando Satanás quiera llenar vuestra mente de
abatimiento, lobreguez y duda, resistid sus sugestiones. Habladle de la sangre
de Jesús, que limpia de todo pecado. No podéis salvaros del poder de tentador;
pero él tiembla y huye cuando se insiste en los méritos de aquella preciosa
sangre. ¿No aceptaréis, pues, agradecidos, las bendiciones que Jesús concede ?
¿ No tomaréis la copa de la salvación que él ofrece, e invocaréis el nombre del
Señor? No manifestéis desconfianza en Aquel que os ha llamado de las tinieblas
a su luz admirable. No causéis por un momento, mediante vuestra incredulidad,
dolor al corazón del Salvador compasivo. El vigila con el interés más intenso
vuestro progreso en el camino celestial; él ve vuestros esfuerzos fervientes;
nota vuestros descensos y vuestros restablecimientos, vuestras esperanzas y
vuestros temores, vuestros conflictos y vuestras victorias.
¿ Consistirán
nuestros ejercicios de devoción en pedir y recibir? ¿Estaremos siempre pensando
en nuestras necesidades, y nunca en los beneficios que recibimos? ¿ Recibiremos
sus mercedes, y nunca expresaremos nuestra gratitud a Dios, nunca le alabaremos
por lo que ha hecho por nosotros? No oramos demasiado, pero somos demasiado
parsimoniosos en cuanto a dar las gracias. Si la bondad amante de Dios
provocase más agradecimiento y alabanza, tendríamos más poder en la oración.
Abundaríamos más y más en el amor de Dios, y él nos proporcionaría más dádivas
por las cuales alabarle. Vosotros que os quejáis que Dios no oye vuestras
oraciones, cambiad el orden actual, y mezclad la alabanza con vuestras
peticiones. Cuando consideréis su bondad y misericordia, hallaréis que él
considera vuestras necesidades.
Orad, orad
fervientemente y sin cesar, pero no os olvidéis de alabar a Dios. Incumbe a
todo hijo de Dios 80 vindicar su carácter. Podéis ensalzar a Jehová; podéis
mostrar el poder de la gracia sostenedora. Hay multitudes que no aprecian el
gran amor de Dios ni la compasión divina de Jesús. Miles consideran con desdén
la gracia sin par manifestada en el plan de redención. Todos los que participan
de esa gran salvación no son inocentes al respecto. No cultivan corazones
agradecidos. Pero el tema de la redención es un tema que los ángeles desean
escudriñar; será la ciencia y el canto de los redimidos a través de las edades
sin fin de la eternidad. ¿No es digno de reflexión y estudio cuidadosos ahora?
¿No alabaremos a Dios con corazón, alma y voz por sus "maravillas para con
los hijos de los hombres"? *
Alabemos al
Señor en la congregación de su pueblo. Cuando la palabra del Señor fue dirigida
antiguamente a los hebreos, la orden fue: "Y diga todo el pueblo,
Amén." Cuando el arca del pacto fue traída a la ciudad de David, y se
cantó un salmo de gozo y triunfo, "dijo todo el pueblo, Amén: y alabó a
Jehová."* Esta ferviente respuesta era evidencia de que comprendían la
palabra hablada, y participaban en el culto de Dios.
Hay demasiado
formalismo en nuestros servicios religiosos. El Señor quisiera que sus
ministros predicasen la palabra vivificada por su Espíritu Santo; y los
hermanos que oyen no deben permanecer sentados en indiferencia soñolienta o mirar
vagamente en el vacío, sin responder a lo dicho. La impresión que ello da al
que no es creyente, es desfavorable para la religión de Cristo. Estos profesos
cristianos negligentes no están destituidos de ambiciones y celo cuando se
dedican a negocios mundanales; pero las cosas de importancia eterna no los
mueven profundamente. La voz de Dios, expresada por medio de sus mensajeros,
puede ser un canto agradable; pero sus sagradas amonestaciones, reprensiones y
estímulos son desoídos. El espíritu del mundo los ha paralizado. Las verdades
de 81 la Palabra de Dios son dirigidas a oídos de plomo y corazones duros,
sobre los que no pueden hacer impresión. Debiera haber iglesias despiertas y
activas para animar y sostener a los ministros de Cristo, y para ayudarles en
la obra de salvar almas. Donde la iglesia ande en la luz, habrá siempre alegres
y cordiales respuestas, y palabras de alabanza gozosa.
Nuestro Dios, el
Creador de los cielos y de la tierra, declara: "El que sacrifica alabanza
me honrará."* Todo el cielo se une para alabar a Dios. Aprendamos el canto
de los ángeles ahora, para que podamos cantarlo cuando nos unamos a sus
resplandecientes filas. Digamos con el salmista: "Alabaré a Jehová en mi
vida: Cantaré salmos a mi Dios mientras viviere." "Alábente los
pueblos, oh Dios alábente los pueblos todos."*
En las palabras
que dirigimos a la gente y en las oraciones que ofrecemos, Dios desea que demos
evidencia inequívoca de que poseemos vida espiritual. No disfrutamos la
plenitud de la bendición que el Señor ha preparado para nosotros, porque no
pedimos con fe. Si ejercitásemos fe en la Palabra del Dios viviente, tendríamos
las más ricas bendiciones. Deshonramos a Dios por nuestra falta de fe; por lo
tanto no podemos impartir vida a otros, dando un testimonio viviente y
elevador. No Podemos dar lo que no poseemos.-"Testimonies for the
Church," tomo 6, p. 63. 82
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