"OS RUEGO,
pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis una sola
cosa, y que no hay entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos
en una misma mente y en un mismo parecer."*
La unión hace la
fuerza; la división significa debilidad. Cuando los que creen la verdad
presente están unidos, ejercen una influencia poderosa. Satanás lo comprende
bien. Nunca estuvo más resuelto que ahora a anular la verdad de Dios, causando
amargura y disensión entre el pueblo del Señor.
El mundo está
contra nosotros, y también las iglesias populares; las leyes del país pronto
estarán contra nosotros. Si ha habido alguna vez un tiempo en que el pueblo de
Dios debía unirse, es ahora. Dios nos ha confiado las verdades especiales para
este tiempo, para que las demos a conocer al mundo. El último mensaje de
misericordia se está proclamando ahora. Estamos tratando con hombres y mujeres
encaminados hacia el juicio. ¡Cuán cuidadosos debemos ser en toda palabra y
acto para seguir de cerca al Dechado, a fin de que nuestro ejemplo conduzca los
hombres a Cristo! Con qué cuidado debemos tratar de presentar la verdad, a fin
de que los demás, contemplando su belleza y sencillez, sean inducidos a
recibirla. Si nuestro carácter testifica de su poder santificador, seremos una
luz continua para los demás: epístolas vivientes, conocidas y leídas de todos
los hombres. No podemos permitirnos ahora dar cabida a Satanás albergando la
desunión, la discordia y la disensión.
La preocupación
manifestada, por nuestro Salvador en su última oración antes de ser crucificado
era que la unión y el amor existiesen entre sus discípulos. Teniendo delante de
sí la agonía de la cruz, no se preocupaba por sí mismo, sino por aquellos a
quienes debía dejar para que continuasen su obra en la tierra. 48
Les esperaban
las más severas pruebas; pero Jesús vio que su mayor peligro provendría de un
espíritu de amargura y división. De allí que orase: "Santifícalos en tu
verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también los he
enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también
ellos sean santificados en verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos
sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, Yo en ti, que también ellos sean en
nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste".* Esa
oración de Cristo abarca a todos los que le habían de seguir hasta el fin del
tiempo. Nuestro Salvador previó las pruebas y los peligros de su pueblo: no se
olvidó de las disensiones y divisiones que distraerían y debilitarían a su iglesia.
El nos consideró con interés más profundo y compasión tierna que los que mueven
el corazón de un padre terrenal hacia un hijo extraviado y afligido. Nos ordena
que aprendamos de él. Solicita nuestra confianza. Nos aconseja que abramos
nuestro corazón para recibir su amor. Se ha comprometido a ser nuestro
ayudador.
Cuando Cristo
ascendió al cielo, dejó la obra en la tierra en las manos de sus siervos, los
subpastores. "Y él mismo dio unos, ciertamente apóstoles; y otros,
profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores; para perfección
de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de
Cristo; hasta que todos neguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de
Cristo".* Al mandar a sus ministros, nuestro Salvador dio dones a los
hombres, porque por su medio él comunica al mundo las palabras de vida eterna.
Tal es el medio que Dios ha ordenado para la perfección de los santos en el
conocimiento y la verdadera santidad. La obra de los siervos de Cristo no
consiste simplemente en 49 predicar la verdad, sino que también han de velar
por las almas, como quienes han de dar cuenta a Dios. Han de reprender,
corregir, exhortar con longanimidad y doctrina.
Todos los que
han sido beneficiados por las labores del siervo de Dios, deben, según su
capacidad, unirse con él para trabajar por la salvación de las almas. Tal es la
obra de todos los verdaderos creyentes, tanto los ministros como el pueblo.
Deben tener siempre presente ese gran objeto, tratando cada uno de llenar su
puesto debido en la iglesia, trabajando todos juntos en orden, armonía y amor.
No hay nada
egoísta o estrecho en la religión de Cristo. Sus principios son difusivos y
agresivos. Cristo la compara a la luz brillante, a la sal salvadora, y a la
levadura transformadora. Con celo, fervor y devoción,, los siervos de Dios
tratarán de diseminar, lejos y cerca, el conocimiento de la verdad; sin
embargo, no descuidarán el trabajar por la fuerza y unidad de la iglesia.
Velarán cuidadosamente, no sea que la diversidad y la división tengan
oportunidad de penetrar.
Ultimamente se
han levantado entre nosotros hombres que profesan ser siervos de Cristo, pero
cuya obra se opone a la unidad que nuestro Salvador estableció en la iglesia.
Tienen planes y métodos de trabajo originales. Desean introducir en la iglesia
cambios de acuerdo con sus ideas de progreso, y se imaginan que así se
obtendrían grandes resultados. Estos hombres necesitan aprender más bien que enseñar
en la escuela de Cristo. Están siempre inquietos, aspirando a hacer alguna gran
obra, realizar algo que les reporte honra. Necesitan aprender la más provechosa
de todas las lecciones: la humildad y fe en Jesús. Algunos están vigilando a
sus colaboradores y esforzándose ansiosamente para señalar sus errores, cuando
debieran más bien tratar fervorosamente de preparar su propia alma para el gran
conflicto que les espera. El Salvador les ordena: "Aprended de mí, que soy
manso y 50 humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas".*
Los que enseñan
la verdad, los misioneros y oficiales de la iglesia, pueden hacer una gran obra
por el Maestro, si tan sólo quieren purificar sus almas obedeciendo la verdad.
Cada cristiano vivo trabajará desinteresadamente por Dios. El Señor nos ha dado
a conocer su voluntad, a fin de que seamos conducto de luz para otros. Si
Cristo mora en nosotros, no podemos menos que trabajar para él. Es imposible
conservar el favor de Dios, y disfrutar la bendición del amor del Salvador, y
permanecer indiferente al peligro de aquellos que están pereciendo en sus
pecados. Es la voluntad de mi Padre "que llevéis mucho fruto". *
Pablo ruega a
los efesios que conserven la unidad y el amor: "Yo pues, preso en el
Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados;
con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros
en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un
cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de
vuestra vocación: un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el
cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos
vosotros".*
El apóstol
exhorta a sus hermanos a manifestar en su vida el poder de la verdad que les
había presentado. Con mansedumbre y bondad, tolerancia y amor, debían
manifestar el carácter de Cristo y las bendiciones de su salvación. Hay un solo
cuerpo, un Espíritu, un Señor, una fe. Como miembros del cuerpo de Cristo,
todos los creyentes son animados por el mismo espíritu y la misma esperanza.
Las divisiones en la iglesia deshonran la religión de Cristo delante del mundo,
y dan a los enemigos de la verdad ocasión de justificar su conducta. Las
instrucciones de Pablo no fueron escritas solamente para la iglesia de su
tiempo. Dios quería que fuesen transmitidas hasta nosotros. 51 ¿Qué estamos
haciendo para conservar la unidad en los vínculos de la paz?
Cuando el
Espíritu Santo fue derramado sobre la iglesia primitiva, los hermanos se amaban
unos a otros. "Comían juntos con alegría y con sencillez de corazón,
alabando a Dios y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada
día a la iglesia los que habían de ser salvos".* Los cristianos primitivos
eran pocos en número, sin riquezas ni honores; sin embargo, ejercieron una
poderosa influencia. La luz del mundo resplandecía por medio de ellos.
Aterrorizaban a los que hacían mal, dondequiera que se conocían su carácter y
sus doctrinas. Por esta causa, eran odiados de los perversos, y perseguidos aun
hasta la muerte.
La norma de la
santidad es la misma hoy que en los días de los apóstoles. Ni las promesas ni
los requerimientos de Dios han perdido nada de su fuerza. Pero, ¿cuál es el
estado de los que profesan ser pueblo de Dios cuando se compara con el de la
iglesia primitiva? ¿Dónde están el Espíritu y el poder de Dios que acompañaban
entonces a la predicación del evangelio? ¡Ay, "cómo se ha obscurecido el
oro! ¡Cómo el buen oro se ha demudado!".*
El Señor plantó
a su iglesia como una viña en un campo fértil. Con el más tierno cuidado la
alimentó y cuidó, a fin de que produjese frutos de justicia. Su lenguaje es:
"¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en
ella?".* Pero esta viña plantada por Dios se ha inclinado a tierra, y
enlazado sus zarcillos en derredor de soportes humanos. Sus ramas se extienden
ampliamente, pero lleva los frutos de una viña degenerada. Su Señor declara:
"Y esperaba que llevase uvas, y llevó uvas silvestres".*
El Señor ha
otorgado grandes bendiciones a su iglesia. La justicia exige que ella retribuya
estos talentos con creces. A medida que han aumentado los tesoros de la verdad
a ella confiados, sus obligaciones han 52 aumentado también. Pero en vez de
aprovechar esos dones y avanzar hacia la perfección, ha apostatado de aquello
que había alcanzado en su primera convicción. El cambio de su estado espiritual
se ha producido gradual y casi imperceptiblemente. A medida que empezaba a
buscar la alabanza y la amistad del mundo, su fe disminuyó, su celo
languideció, su ferviente devoción fue reemplazada por un formalismo muerto.
Cada paso hacia el mundo fue un paso de alejamiento de Dios. A medida que fue
cultivando el orgullo y la ambición mundanal, el Espíritu de Cristo se apartó,
y la emulación, la disensión y contienda penetraron para distraer y debilitar a
la iglesia.
Pablo escribe a
sus hermanos de Corinto: "Porque todavía sois carnales: pues habiendo
entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis
como hombres?".*
Es imposible
para la mente absorbida por la envidia y la contienda comprender las profundas
verdades de la Palabra de Dios. "Mas el hombre animal no percibe las cosas
que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender,
porque se han de examinar espiritualmente".* No podemos entender
correctamente o apreciar la revelación divina sin la ayuda del Espíritu por el
cual fue dada la Palabra.
Los que han sido
designados para cuidar los intereses espirituales de la iglesia deben esmerarse
por dar un buen ejemplo, no dando ocasión a la envidia, los celos o las
sospechas, manifestando siempre ese mismo espíritu de amor, respeto y cortesía
que desean estimular en sus hermanos. Deben prestar diligente atención a las
instrucciones de la Palabra de Dios. Refrénese toda manifestación de animosidad
o falta de bondad, arránquese toda raíz de amargura. Cuándo se levantan
dificultades entre hermanos, debe seguirse estrictamente la regla del Salvador.
Debe hacerse todo esfuerzo posible para efectuar una reconciliación, pero si
las partes persisten obstinadamente en su divergencia, 53 deben ser suspendidas
hasta que puedan armonizar.
Si se presentan
pruebas en la iglesia, examine cada miembro su propio corazón para ver si la
causa de la dificultad no reside en él. Por el orgullo espiritual, el deseo de
dominar, el anhelo ambicioso de honores o puestos, la falta de dominio propio,
por satisfacer una pasión o el prejuicio, por la inestabilidad o falta de
juicio, la iglesia puede ser perturbada, y su paz sacrificada.
Con frecuencia
causan dificultades los diseminadores de chismes, cuyas murmuradas sugestiones
envenenan las mentes incautas, y separan a los amigos más íntimos. En su mala
obra, los creadores de disensión están secundados por los muchos que con oídos
abiertos y mal corazón dicen: "Denunciad, y denunciaremos".* Este
pecado no debe ser tolerado entre los que siguen a Cristo. Ningún padre
cristiano debiera permitir que se repitiesen chismes en el círculo familiar, ni
observaciones despreciativas para los miembros de la iglesia.
Los cristianos
deben considerar como deber religioso reprimir el espíritu de envidia y
emulación. Deben regocijarse en la reputación superior o prosperidad de sus
hermanos, aun cuando su propio carácter o progreso parezcan quedar en la
sombra. Fueron el orgullo y la ambición albergados en el corazón de Satanás los
que le desterraron del cielo. Estos males están profundamente arraigados en
nuestra naturaleza caída, y si no se suprimen predominarán sobre toda cualidad
buena y noble, y producirán la envidia y la disensión como funestos frutos.
Debemos buscar
la verdadera bondad más bien que la grandeza. Los que poseen el ánimo de Cristo
tendrán humilde opinión de sí mismos. Trabajarán por la pureza y prosperidad de
la iglesia, y estarán listos para sacrificar sus propios intereses y deseos
antes que causar disensión entre sus hermanos. 54
Satanás está
tratando constantemente de causar desconfianza, enajenamiento y malicia entre
el pueblo de Dios. Con frecuencia estaremos tentados a sentir que nuestros
derechos han sido invadidos sin que haya verdadera causa para tener esos
sentimientos. Los que se aman a sí mismos más que a Cristo y su causa, pondrán
sus intereses en primer lugar, y recurrirán a casi cualquier expediente para
guardarlos y mantenerlos. Cuando se consideren perjudicados por sus hermanos,
algunos acudirán a la ley en vez de seguir la regla del Salvador. Aun muchos de
los que parecen cristianos concienzudos son disuadidos por el orgullo y la
estima propia de ir privadamente a aquellos a quienes creen errados, para
hablar del asunto con el espíritu de Cristo, y orar uno por otro. Las
contenciones, disensiones y pleitos entre hermanos, son una deshonra para la
causa de la verdad. Los que siguen tal conducta exponen a la iglesia al
ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las tinieblas.
Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo, y exponiéndole al oprobio.
Desconociendo la autoridad de la iglesia, manifiestan desprecio por Dios, quien
dio su autoridad a la iglesia.
Pablo escribe a
los gálatas: "Ojalá fuesen también cortados los que os inquietan. Porque
vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la
libertad como ocasión a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.
Porque toda la ley en aquesta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. Y si os mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también
no os consumáis los unos a los otros: Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis la concupiscencia de la carne" .*
Algunos falsos
maestros habían traído a los gálatas doctrinas opuestas al evangelio de Cristo.
Pablo trataba de exponer y corregir estos errores. Deseaba mucho que los falsos
maestros fuesen separados de la iglesia, pero su influencia había afectado a
tantos 55 de los creyentes que parecía azaroso tomar una decisión contra ellos.
Había peligro de causar contienda y división ruinosas para los intereses
espirituales de la iglesia. Por lo tanto trataba de inculcar en sus hermanos la
importancia de ayudarse unos a otros con amor. Declaró que todos los requisitos
de la ley que presentan nuestros deberes hacia nuestros semejantes se cumplen
al amarse unos a otros. Les advirtió que si se entregaban al odio y a la
contienda, dividiéndose en partidos, y mordiéndose y devorándose unos a otros
como las bestias, atraerían sobre sí mismos desgracia presente. Y ruina futura.
Había tan sólo una manera de evitar estos terribles males, a saber, como les
recomendó el apóstol, andando "en el Espíritu." Mediante constante
oración debían buscar la dirección del Espíritu Santo, que los conduciría al
amor y la unidad.
Una casa
dividida contra sí misma no puede subsistir. Cuando los cristianos contienden,
Satanás viene para ejercer el dominio. ¡Con cuánta frecuencia ha tenido éxito
en destruir la paz y armonía de las iglesias! ¡Qué fieras controversias, qué
amarguras, qué odios han comenzado con un asunto pequeño! ¡Qué esperanzas han
sido marchitadas, cuántas familias han sido divididas por la discordia y la
contención!
Pablo encargó a
sus hermanos que tuviesen cuidado, no fuese que al tratar de corregir las faltas
ajenas, estuviesen ellos mismos cometiendo pecados igualmente graves. Les
advierte que el odio, la emulación, la ira, la contienda, las sediciones, las
herejías y las envidias son tan ciertamente las obras de la carne como la
lascivia, el adulterio, la borrachera y el homicidio, y tan seguramente
cerrarán para los culpables las puertas del cielo.
Cristo declaró:
"Y cualquiera que escandalizara a uno de estos pequeñitos que creen en mí,
mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en
la mar".* Quienquiera que por 56 engaño voluntario o por su mal ejemplo
extravía a un discípulo de Cristo, es culpable de un grave pecado. Quienquiera
que le haga objeto de calumnia o ridículo, insulta a Jesús. ¡Nuestro Salvador
nota todo mal que se hace a los que le siguen.
¿ Cómo fueron
castigados antiguamente los que se mofaron de aquello que Dios había elegido
como sagrado para sí? Belsasar y sus príncipes profanaron los vasos de oro de
Jehová, y alabaron los ídolos de Babilonia. Pero el Dios a quien desafiaron era
testigo de la escena profana. En medio de su alegría sacrílega, se vio una mano
sin sangre que trazaba caracteres misteriosos en la pared del palacio. Llenos
de terror, oyeron su suerte pronunciada por los siervos del Altísimo.
Recuerden los
que se deleitan en formular palabras de calumnia y mentira contra los siervos
de Dios que él es testigo de sus acciones. Sus calumnias no están profanando
vasos sin alma, sino el carácter de aquellos que Cristo compró con su sangre.
La mano que trazó los caracteres sobre las paredes del palacio de Belsasar,
registra fielmente cada acto de injusticia u opresión cometido contra el pueblo
de Dios.
La historia
sagrada presenta sorprendentes ejemplos del cuidado celoso del Señor en favor
de los más débiles de sus hijos. Durante los viajes de Israel en el desierto,
los cansados y débiles que se habían rezagado, fueron atacados y asesinados por
los cobardes y crueles amalecitas. Más tarde Israel hizo guerra con los
amalecitas y los derrotó. "Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para
memoria en un libro, y di a Josué que del todo tengo de raer la memoria de
Amalec de debajo del cielo." La sentencia fue repetida otra vez por Moisés
justamente antes de su muerte, para que no fuese olvidada por su posteridad.
"Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando salísteis de
Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la retaguardia de todos los
flacos que iban detrás de ti, 57 cuando tú estabas cansado y trabajado; y no
temió a Dios . . . Raerás la memoria de Amalec de debajo del cielo: no te
olvides".*
Si Dios castigó
así la crueldad de una nación pagana, ¿cómo considerará a aquellos que,
profesando ser su pueblo, hacen guerra contra sus propios hermanos que son
obreros cansados y agotados en su causa? Satanás tiene gran poder sobre
aquellos que se entregan a su dominio. Los sumos sacerdotes y ancianos -los
maestros religiosos del pueblo- fueron quienes incitaron a la turba homicida
desde el tribunal al Calvario. Entre los que profesan seguir a Cristo, hay hoy
día corazones inspirados por el mismo espíritu que clamó por la crucifixión de
nuestro Salvador. Recuerden los obradores de iniquidad que todos sus actos
tienen un testigo, a saber, un Dios santo que odia el pecado. El traerá todas
sus obras a juicio, con toda cosa secreta.
" Así que,
los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no
agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien
a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo".* Como Cristo se
compadeció de nosotros y nos ayudó en nuestra debilidad y carácter pecaminoso,
debemos compadecer y ayudar a los demás. Muchos están perplejos por la duda,
cargados de flaquezas, débiles en la fe, e incapaces de comprender lo
invisible; pero un amigo al cual pueden ver que venga a ellos en lugar de
Cristo, puede ser un eslabón que asegure su temblorosa fe en Dios. No
permitamos que el orgullo y el egoísmo nos impida hacer el bien que podríamos
hacer, trabajando en el nombre de Cristo, y con un espíritu amante y tierno.
" Hermanos,
si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre ; Considerándote a ti mismo,
porque tú no seas también tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los
otros; y cumplid así 58 la ley de Cristo".* Aquí se nos vuelve a presentar
claramente nuestro deber.
¿ Cómo pueden
los que profesan seguir a Cristo considerar tan livianamente estas
recomendaciones inspiradas? No hace mucho recibí una carta que me describía una
circunstancia en la cual un hermano había manifestado indiscreción. Aunque esto
ocurrió hace años, y era un asunto muy pequeño, que apenas merecía ser
recordado, la persona que escribía declaraba que ello había destruido para
siempre su confianza en aquel hermano. Si después de recapacitar, aquella
persona no revelase mayores errores, sería de veras una maravilla, porque la
naturaleza humana es muy débil. Yo he tenido comunión y la sigo teniendo con
hermanos que han sido culpables de graves pecados, y aun ahora no ven sus
pecados como Dios los ve. Pero el Señor tolera a esas personas, ¿y por qué no
las habría de tolerar yo? Todavía hará tal impresión por su Espíritu en su
corazón, que el pecado les parecerá como le parecía a Pablo, excesivamente pecaminoso.
Poco conocemos
nuestro propio corazón, poco sentimos nuestra necesidad de la misericordia de
Dios. Esa es la razón por la cual albergamos tan poco de aquella dulce
compasión que Cristo manifiesta para con nosotros, y que deberíamos manifestar
unos hacia otros. Debemos recordar que nuestros hermanos son débiles mortales
que yerran, como nosotros. Supongamos que un hermano, por no ejercer bastante
vigilancia, ha sido vencido por la tentación; y contrariamente a su conducta
general, ha cometido algún error, ¿qué proceder debemos seguir hacia él? Por la
historia bíblica sabemos que algunos hombres a quienes Dios había usado para
hacer una obra grande y buena, cometieron graves errores. El Señor no los dejó
sin reprensión, ni desechó a sus siervos. Cuando ellos se arrepintieron, él los
perdonó misericordiosamente, y les reveló su presencia y obró por medio de
ellos. Consideren los pobres y débiles mortales cuánta compasión 59 y
tolerancia de Dios y de sus hermanos necesitan ellos mismos. Tengan cuidado acerca
de cómo juzgan y condenan a los demás. Debemos prestar atención a las
instrucciones del apóstol: "Vosotros que sois espirituales, restaurad al
tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no
seas también tentado." Podemos caer bajo la tentación, y necesitar toda la
paciencia que somos llamados a ejercitar hacia el ofensor. "Con el juicio
con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a
medir."*
El apóstol añade
una recomendación a los independientes que confían en sí mismos: "Porque
el que estima de sí que es algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. . . .
Porque cada cual llevará su carga"* El que se considera superior a sus
hermanos en juicio y experiencia, y desprecia su consejo y amonestación,
demuestra que está peligrosamente engañado. El corazón es engañoso. El debe
probar su carácter y su vida por la norma bíblica. La Palabra de Dios derrama
una luz infalible sobre la senda de la vida humana. No obstante las muchas
influencias que surgen para desviar y distraer la mente, los que piden
honradamente a Dios sabiduría serán guiados en el debido camino. Cada hombre
deberá al final subsistir o caer por sí mismo, no según la opinión del partido
que le sostiene o se le opone, no según el juicio de hombre alguno, sino según
sea su verdadero carácter a la vista de Dios. La iglesia puede amonestar,
aconsejar y advertir, pero no puede obligar a nadie a seguir el camino recto.
Quienquiera que persista en despreciar la Palabra de Dios deberá llevar su propia
carga, dar cuenta de sí a Dios, y sufrir las consecuencias de su propia
conducta.
El Señor nos ha
dado en su Palabra instrucciones definidas e inequívocas, por cuyo acatamiento
podemos conservar la armonía y la unión en la iglesia. Hermanos y hermanas,
¿estáis prestando atención a estas recomendaciones inspiradas? ¿Leéis la Biblia
y hacéis 60 la palabra? ¿Estáis esforzándoos por cumplir la oración de Cristo,
de que sus discípulos estuviesen unidos? "Mas el Dios de la paciencia y de
la consolación os dé que entre vosotros seáis unánimes según Cristo Jesús; para
que concordes, a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo". "Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos,
tengáis consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de
caridad será con vosotros".*
Profesamos ser
los depositarios de la ley de Dios; aseveramos tener más luz y sufrir una norma
más elevada que la de cualquier otro pueblo de la tierra; por lo tanto,
debiéramos mostrar mayor perfección de carácter y más ferviente devoción. Un
mensaje muy solemne ha sido confiado a los que han recibido la luz de la verdad
presente. Nuestra luz debe resplandecer para alumbrar la senda de los que están
en las tinieblas. Como miembros de la iglesia visible, y obreros en la viña del
Señor, todos los que profesan ser cristianos deben hacer cuanto esté a su
alcance para conservar la paz, la armonía y el amor en la iglesia. . . . La
unidad de la iglesia es la evidencia convincente de que Dios envió a Jesús al
mundo como Redentor. Es un argumento que los mundanos no pueden contradecir.
Por tanto, Satanás obra constantemente para impedir esta unión y armonía, a fin
de que los incrédulos, al notar apostasías, disensiones y contiendas entre dos
cristianos profesos, se disgusten con la religión y se confirmen en su
impenitencia. -"Testimonios for the Church," tomo 5, pp. 619, 620. 61
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