SI EL velo que
separa el mundo visible del invisible pudiese alzarse, y los hijos de Dios
pudiesen contemplar la gran controversia que se riñe entre Cristo y los ángeles
santos y Satanás y sus huestes perversas a propósito de la redención del
hombre; si pudiesen comprender la admirable obra de Dios para rescatar las
almas de la servidumbre del pecado, y el constante ejercicio de su poder para
protegerlas de la malicia del maligno, estarían mejor preparados para resistir
los designios de Satanás. Su mente se llenaría de solemnidad en vista de la
vasta extensión e importancia del plan de la redención y la magnitud de la obra
que tienen delante de sí como colaboradores de Cristo. Quedarían humillados
aunque estimulados, sabiendo que todo el cielo se interesa en su salvación.
En la profecía
de Zacarías se nos da una muy vigorosa e impresionante ilustración de la obra
de Satanás y de la de Cristo, y del poder de nuestro Mediador para vencer al
acusador de su pueblo. En santa visión, el profeta contempla a Josué, el sumo
sacerdote, "vestido de vestimentas viles," de pie "delante del
ángel, "* suplicando la misericordia de Dios en favor de su pueblo
profundamente afligido. Satanás está a su diestra para resistirle. Por haber
sido elegido Israel para conservar el conocimiento de Dios en la tierra, había
sido, desde el mismo principio de su existencia como nación, el objeto especial
de la enemistad de Satanás, y éste se había propuesto causar su destrucción. No
podía hacerles daño mientras los hijos de Israel eran obedientes a Dios; por lo
tanto había dedicado todo su poder y astucia a inducirles a pecar. Seducidos
por sus tentaciones, habían transgredido la ley de Dios se habían separado así
de la Fuente de su fuerza, se les había dejado caer presa de sus enemigos
paganos. Fueron llevados en cautiverio a Babilonia, y permanecieron allí muchos
años. Sin embargo,129 el Señor no los había abandonado. Les envío sus profetas
con reproches y amonestaciones. El pueblo despertó, y vio su culpabilidad, se
humilló delante de Dios, y volvió a el con verdadero arrepentimiento. Entonces
el Señor le envió mensajes de aliento, declarando que le libraría del
cautiverio, y le devolvería su favor. Esto era lo que Satanás quería
resueltamente impedir. Un remanente de Israel había vuelto ya a su patria, y
Satanás estaba tratando de inducir a las naciones paganas, que eran sus
agentes, a destruirlo completamente.
Mientras Josué
suplica humildemente que Dios cumpla sus promesas, Satanás se levanta
osadamente para resistirle. Señala las transgresiones de los hijos de Israel
como razón por la cual no se les podía devolver el favor de Dios. Los pide como
su presa, y exige que sean entregados en sus manos para ser destruidos.
El sumo
sacerdote no puede defenderse a sí mismo ni a su pueblo de las acusaciones de
Satanás. No sostiene que Israel esté libre de culpas. En sus andrajos sucios,
que simbolizaban los pecados del pueblo, que él lleva como su representante,
está delante del ángel, confesando su culpa, señalando, sin embargo, su
arrepentimiento y humillación, fiando en la misericordia de un Redentor que
perdona el pecado; y con fe se aferra a las promesas de Dios.
Entonces el
ángel, que es Cristo mismo, el Salvador de los pecadores, hace callar al
acusador de su pueblo, declarando: "Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová,
que ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste tizón arrebatado del
incendio?"* Israel había estado durante largo tiempo en el horno de la
aflicción. A causa de sus pecado , había sido casi completamente consumido en
la llama encendida por Satanás y sus agentes para destruirlo; pero Dios había
intervenido ahora para librarle. El compasivo Salvador no dejará a su pueblo
penitente y humillado, bajo el cruel poder 130 de los paganos. "No
quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare."*
Al ser aceptada
la intercesión de Josué, se da la orden: "Quitadle esas vestimentas viles,"
y a Josué el ángel declara: "Mira que hecho pasar tu pecado de ti, y te
hecho vestir de ropa de gala." "Y pusieron una mitra limpia sobre su
cabeza, y vistiéronle de ropas."* Sus propios pecados y los de su pueblo
fueron perdonados. Israel había de ser revestido con "ropas de gala,"
-la justicia de Cristo que le era imputada. La mitra, puesta sobre la cabeza de
Josué, era como la que llevaban los sacerdotes, con la inscripción.
"Santidad a Jehová," lo cual significa que a pesar de sus antiguas
transgresiones, estaba ahora calificado para servir delante de Dios en su
santuario.
Después de
haberle investido así solemnemente de la dignidad del sacerdocio, el ángel
declaró: "Así dice Jehová de los ejércitos. Si anduvieres por mis caminos,
y guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también tú guardarás
mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré plaza." * Se le iba a
honrar como el juez o gobernante del templo y todos sus servicios; iba a andar
entre ángeles que le acompañaran, aun en esta vida, y al fin se uniría a la
muchedumbre glorificada que rodea el trono de Dios.
"Escuchad
pues ahora Josué gran sacerdote, tú, y tus amigos que se sientan delante de ti;
porque son varones simbólicos: He aquí, yo traigo a mi siervo, el
Pimpollo."* En estas palabras se revela la esperanza de Israel. Era por la
fe en el salvador venidero cómo Josué y su pueblo recibían perdón. Por la fe en
Cristo, les era devuelto el favor de Dios. En virtud de sus méritos, si andaban
en sus caminos y guardaban sus estatutos, serían "hombres
simbólicos," honrados como los escogidos del Cielo entre las naciones de
la tierra. Cristo era su esperanza, su defensa, su justificación y redención,
como es la esperanza de su iglesia hoy. 131
Así como Satanás
acusaba a Josué y su pueblo, en todas las edades ha acusado a aquellos que
buscan la misericordia y el favor de Dios. En el Apocalipsis, se le declara ser
"el acusador de nuestros hermanos," "el cual los acusaba delante
de nuestro Dios día y noche"* La controversia se repite acerca de cada
alma rescatada del poder del mal, y cuyo nombre se registran en el libro de la
vida del Cordero. Nunca se recibe a alguno de la familia de Satanás en la
familia de Dios sin que ello excite la resuelta resistencia del maligno. Las
acusaciones de Satanás contra aquellos que buscan el Señor no son provocados
por el desagrado que le causen sus pecados. El se regocija de su carácter
deficiente. Unicamente por el hecho de que transgreden la ley de Dios puede él
dominarlos. Sus actuaciones provienen solamente de su enemistad hacia Cristo.
Por el plan de Salvación, Jesús está quebrantando el dominio de Satanás sobre
la familia humana, y rescatando almas de su poder. Todo el odio y la malicia
del jefe de los rebeldes quedan provocados cuando contemplan la evidencia de la
supremacía de Cristo, y con poder y astucia infernales trabaja para arrebatarle
el resto de los hijos de los hombres que han aceptado su salvación.
El induce a los
hombres al escepticismo, haciéndoles perder la confianza en Dios y separarse de
su amor; los induce a violar su ley, y luego los reclama como cautivos suyos, y
disputa el derecho de Cristo a arrebatárselos. El sabe que aquellos que buscan
a Dios fervientemente para alcanzar perdón y paz, los obtendrán; por lo tanto
presenta sus pecados delante de ellos para desanimarlos. El esta constantemente
buscando ocasión contra aquellos que están tratando de obedecer a Dios. Trata
de hacer aparecer como corrompido aun su servicio mejor y más aceptable.
Mediante incontables designios muy sutiles y crueles, trata de obtener su
condenación. El hombre no puede por sí mismo hacer frente a estas acusaciones.
Con 132 sus ropas manchadas de pecado, confesando su culpabilidad, se halla
delante de Dios. Pero Jesús, nuestro Abogado, presenta una súplica eficaz en
favor de todos los que mediante el arrepentimiento y la fe le han confiando la
guardia de sus almas. El interceder por su causa y vence a su acusador con los
poderosos argumentos del Calvario. Su perfecta obediencia a la ley de Dios, aun
hasta la muerte de cruz, le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y
él reclama de su Padre misericordia y reconciliación para el hombre culpable.
Al acusador de sus hijos declara: "¡Jehová te reprenda, oh Satán! Estos
son la compra de mi sangre, tizones arrancados del fuego." Y los que
confían en él con fe reciben la consoladora promesa: "Mira que he hecho
pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala." Todos los
que sean vestidos del manto de la justicia de Cristo subsistirán delante de él
como escogidos fieles y veraces. Satanás no puede arrancarlos de la mano de
Cristo. Cristo no dejará que ningún alma que con arrepentimiento y fe haya
pedido su protección, caiga bajo el poder del enemigo. Su palabra: "¿O
forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí, haga paz conmigo."* La
promesa hecha a Josué es hecha a todos: "Si guardares mi ordenanza. . . .
entre éstos que aquí están te daré plaza." Los ángeles de Dios irán a cada
lado de ellos, aun en este mundo, y ellos estarán al fin entre los ángeles que
rodean el trono de Dios.
El hecho de que
los hijos reconocidos de Dios están representados como de pie delante del Señor
con ropas inmundas, debe inducir a todos los que profesan su nombre a sentir
humildad y a escudriñar profundamente su corazón. Los que están de veras
purificando su alma y obedeciendo la verdad, tendrán una muy humilde opinión de
sí mismos. Cuanto más de cerca vean el carácter sin mancha de Cristo, mayor
será su deseo de ser transformados a su imagen, y menos pureza y santidad verán
en sí mismos. Pero aunque 133 debemos comprender nuestra condición pecaminosa,
debemos fiar en Cristo como nuestra justicia, nuestra santificación y
redención. No podemos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros.
Cristo solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. El puede
hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en nuestros
méritos, sino en los suyos.
Sin embargo, no
debemos conformarnos con una vida pecaminosa. Debiera despertar a los
cristianos e inducirlos a un celo y fervor mayores para vencer el mal, el
pensar que todo defecto del carácter, todo punto en el cual ellos no alcanzan
la norma divina, es una puerta abierta por la cual Satanás puede entrar a
tentarlos destruirlos; y además, que todo fracaso y defecto de su parte da
ocasión al tentador y a sus agentes para echar oprobio sobre Cristo. Debemos
dedicar toda energía del alma a la obra de vencer, y acudir a Jesús a fin de
recibir fuerza para hacer lo que no podemos hacer nosotros mismos. Ningún
pecado puede tolerarse en aquellos que andarán con Cristo en ropas blancas. Las
vestiduras sucias han de ser sacadas, y ha de ponerse sobre nosotros el manto
de la justicia de Cristo. Por el arrepentimiento y la fe, somos habilitados
para prestar obediencia a todos los mandamientos de Dios, y somos hallados sin
culpa delante de él. Los que recibirán la aprobación de Dios están ahora
afligiendo sus almas, confesando sus, pecados, y, suplicando fervientemente el
perdón por Jesús su Abogado. Su atención está fija en él, su esperanza, su fe,
se concentran en él, y cuando se da la arden: "Quitadle esas vestimentas
viles, y vestidle de ropas de gala, y pongan mitra limpia sobre su
cabeza," están preparados para atribuirle toda la gloria de su salvación.
La visión de
Zacarías con referencia a Josué y el ángel se aplica con fuerza peculiar a la
experiencia del pueblo de Dios durante la terminación del gran día de
expiación. La iglesia remanente será puesta 134 en grave prueba y angustia. Los
que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús sentirán la ira del
dragón y sus huestes. Satanás considera a los habitantes del mundo súbditos
suyos; ha obtenido el dominio de las iglesias apóstatas; pero ahí está ese
pequeño grupo que resiste su supremacía. Si él pudiese borrarlo de la tierra,
su triunfo sería completo. Así como influyó en las naciones paganas para que
destruyan a Israel, pronto incitará a las potestades malignas de la tierra a
destruir al pueblo de Dios. Todo lo que se requerirá será prestar obediencia a
los edictos humanos, violando la ley divina. Los que quieran ser fieles a Dios
y al deber serán amenazados, denunciados y proscritos. Serán traicionados por
"padres, y hermanos, y parientes, y amigos."*
Su única
esperanza se cifra en la misericordia de Dios; su única defensa será la
oración. Como Josué intercedía delante del ángel, la iglesia remanente, con
corazón quebrantado y de fe ferviente, suplicará perdón y liberación por medio
de Jesús su Abogado. Sus miembros serán completamente conscientes del carácter
pecaminoso de sus vidas, verán su debilidad e indignidad, y mientras se miren a
sí mismo, estarán por despertar. El tentador estará listo para acusarlos, como
estaba listo para resistir a Josué. Señalará sus vestiduras sucias, su carácter
deficiente. Presentará su debilidad e insensatez, su pecado de ingratitud, cuán
poco semejantes a Cristo son, lo cual ha deshonrado a su Redentor. Se esforzará
para espantar las almas con el pensamiento de que su caso es desesperado, de
que nunca se podrá lavar la mancha de su contaminación. Esperará destruir de
tal manera su fe que se entreguen a sus tentaciones, se desvíen de su fidelidad
a Dios, y reciban la marca de la bestia.
Satanás insiste
en sus acusaciones delante de Dios contra ellos, declarando que por sus pecados
han perdido el derecho a la protección divina, reclamando el derecho de
destruirlos como transgresores. Los declara 135 tan merecedores como él mismo
de ser excluidos del favor de Dios. "¿Son éstos -dice,- los que han de
tomar mi lugar en el cielo, y el lugar de los ángeles que se unieron conmigo?
Mientras profesan obedecer la ley de Dios, ¿han guardado sus preceptos? ¿No han
sido amadores de sí mismo más que de Dios? ¿No han puesto sus propios intereses
antes que su servicio? ¿No han amado las cosas del mundo? Mira los pecados que
han señalado su vida. Contemplan su egoísmo, su malicia, su odio mutuo."
Los hijos de
Dios han sido en muchos respectos muy deficientes. Satanás tiene un
conocimiento exacto de los pecados que él los indujo a cometer, y los presenta
de la manera más exagerada, declarando: "¿Me desterrará Dios a mí y a mis
ángeles de su presencia, y, sin embargo, recompensará a aquellos que han sido
culpables de los mismos pecados? Tú no puedes hacer esto, oh Señor, con
justicia. Tu trono no subsistirá en rectitud y juicio. La justicia exige que se
pronuncie sentencia contra ellos."
Pero aunque los
que seguían a Cristo han pecado, no se han entregado al dominio del mal. Han
puesto a un lado sus pecados, han buscado al Señor con humildad y contrición, y
el Abogado divino intercede en su favor. El que ha sido el más ultrajado por su
ingratitud, el que conoce sus pecados y también su arrepentimiento, declara:
"¡Jehová te reprenda, oh Satán! Yo di mi vida por estas almas. Están
esculpidas en las palmas de mis manos"
Los asaltos de
Satanás son vigorosos, sus engaños terribles; pero el ojo del Señor está sobre
sus hijos. Su aflicción es grande, las llamas del horno parecen estar a punto
de consumirlos; pero Jesús las sacará como oro probado en el fuego. Su índole
terrenal debe ser eliminada, para que la imagen de Cristo pueda reflejarse
perfectamente; deben vencer la incredulidad; han de desarrollar fe, esperanza y
paciencia.
Los hijos de
Dios están suspirando y clamando por las abominaciones hechas en la tierra. Con
lágrimas 136 advierten a los impíos el peligro que corren al pisotear la ley
divina, y con indecible tristeza se humillan delante del Señor a causa de sus
propias transgresiones. Los impíos se burlan de su pesar, ridiculizan sus
solemnes suplicas, y se mofan de lo que llaman debilidad. Pero la angustia y la
humillación de los hijos de Dios es evidencia inequívoca de que están
recobrando la fuerza y nobleza de carácter perdidas como consecuencia del
pecado. Porque se están acercando más a Cristo, y sus ojos están fijos en su
perfecta pureza, disciernen tan claramente el carácter excesivamente pecaminoso
del pecado. Su contrición y humillación propias son infinitamente más aceptables
a la vista de Dios que el espíritu de suficiencia propia y altanero de aquellos
que no ven causa para lamentarse, que desprecian la humildad de Cristo, y se
creen perfectos mientras transgreden la santa ley de Dios. La mansedumbre y
humildad de corazón son, las condiciones para tener fuerza y alcanzar la
victoria. La corona de gloria aguarda a aquellos que se postran al pie de la
cruz. Bienaventurados son los que lloran; porque serán consolados.
Los fieles, que
están orando, están, por así decirlo, encerrados con Dios. Ellos mismos no
saben cuán seguramente están escudados. Incitados por Satanás, los gobernantes
de este mundo están tratando de destruirlos; pero si pudiesen ser abiertos sus
ojos, como lo fueron los ojos del siervo de Eliseo en Dotán, verían a los
ángeles de Dios acampados en derredor de ellos, manteniendo en jaque a la
hueste de las tinieblas con su resplandor y gloria.
Mientras los
hijos de Dios afligen sus almas delante de él, suplicando pureza de corazón, se
da la orden: "Quitadle esa vestimentas viles," y se pronuncian las
animadoras palabras: "Mira que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he
hecho vestir de ropas dé gala." Se pone sobre los tentados, probados, pero
fieles: hijos de Dios, el manto sin mancha de la justicia de Cristo. El
remanente despreciado queda vestido 137 de gloriosos atavíos, que nunca han de
ser ya contaminados por las corrupciones del mundo. Sus nombres permanecen en
el libro de la vida del Cordero, registrados entre los fieles de todos los
siglos. Han resistido los lazos del engañador; no han sido apartados de su
lealtad por el rugido del dragón. Ahora están eternamente seguros de los
designios del tentador. Sus pecados han sido transferidos al originador de
ellos. Y ese residuo no sólo es perdonado y aceptado, sino honrado. Una
"mitra limpia" es puesta sobre su cabeza. Han de ser reyes y
sacerdotes para Dios. Mientras Satanás estaba insistiendo en sus acusaciones, y
tratando de destruir esta hueste, los ángeles santos, invisibles, iban de un
lado a otro poniendo sobre ellos el sello del Dios viviente. Ellos han de estar
sobre el monte de Sión con el Cordero, teniendo el nombre del Padre escrito en
sus frentes. Cantan el, nuevo himno delante del trono, ese himno, que nadie
puede aprender sino los ciento cuarenta y cuatro mil, que fueron redimidos de
la tierra. "Estos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere.
Estos fueron comprados de entre los hombres por primicias para. Dios y para el
Cordero. Y en sus bocas no ha sido hallado engaño; porque ellos son sin mácula
delante del trono de Dios."*
Entonces se
cumplirán completamente estas palabras del ángel: "Escucha pues ahora,
Josué gran sacerdote, tú, y tus amigos que se sientan delante de ti; porque son
varones simbólicos: He aquí, yo traigo a mi siervo, el Pimpollo." Cristo
es revelado como Redentor y Libertador de su pueblo. Entonces serán en verdad
los que forman parte del remanente "varones simbólicos," cuando las
lágrimas y la humillación de su peregrinación sean reemplazadas por el gozo y
la honra en la presencia de Dios y del Cordero. "En aquel tiempo el
renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para
grandeza y honra, a los librados de Israel. Y acontecerá 138 que el que quedare
en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que
en Jerusalén están escritos entre los vivientes."*
Por el decreto
que imponga la institución del papado en violación a la ley de Dios, nuestra
nación [los Estados Unidos] se separará completamente de la justicia. Cuando el
protestantismo extienda su mano a través del abismo para asir la mano del poder
romano, cuando la extienda por encima del abismo para asir la mano del
espiritismo, cuando, bajo la influencia de esta triple unión, nuestro país
repudie todo principio de su constitución como gobierno protestante y
republicano, y haga provisión para la difusión de las mentiras y engaños
papales, entonces sabremos que ha llegado el tiempo de los prodigios de Satanás
y que el fin está cerca.
Como la
aproximación de los ejércitos romanos fue, para los discípulos, una señal de la
destrucción inminente de Jerusalén, así también esta apostasía será para
nosotros una señal de que ha llegado el límite de la tolerancia divina, que la
medida de la iniquidad de nuestra nación se ha llenado, y que el ángel de la
misericordia está por emprender el vuelo, para no volver nunca. El pueblo de
Dios quedará entonces sumido en aquella escena de aflicción y angustia que los
profetas han descripto como el tiempo de la angustia de Jacob.- "Testimonies
for the Church," tomo 5, p. 451.
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