MUCHOS cometen
un grave error en su vida religiosa manteniendo la atención fija en sus
sentimientos, y juzgando así su progreso o decadencia. Los sentimientos no son
un criterio seguro. No hemos de buscar en nuestro interior la evidencia de nuestra
aceptación por Dios. No encontraremos allí otra cosa que motivos de desaliento.
Nuestra única esperanza está en mirar a Jesús, "autor y consumador de
nuestra fe."* En él está todo lo que puede inspirarnos esperanza, fe y
valor. El es nuestra justicia, nuestro consuelo y regocijo.
Los que buscan
consuelo en su interior se cansarán y se desilusionarán. El sentimiento de
nuestra debilidad e indignidad debe inducirnos a invocar con humildad de
corazón el sacrificio expiatorio de Cristo. Al confiar en sus méritos,
hallaremos descanso, paz y gozo. El salva hasta lo sumo a todos los que se
allegan a Dios por él.
Necesitamos
confiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos ha prometido que según sea el
día nuestra fuerza. Por su gracia podremos soportar todas las cargas del
momento presente y cumplir sus deberes. Pero muchos se abaten anticipando las
dificultades futuras. Están constantemente tratando de imponer las cargas de
mañana al día de hoy. Así son imaginarias muchas de sus pruebas. Para los
tales, Jesús no hizo provisión. Prometió gracia únicamente para el día. Nos
ordena que no carguemos con los cuidados y dificultades de mañana; porque
"basta al día su afán." La costumbre en males anticipados es
imprudente y nada cristiana. Siguiéndola, dejamos de disfrutar las bendiciones
y de aprovechar las oportunidades presentes. El Señor requiere de nosotros que
cumplamos los deberes de hoy, y soportemos sus pruebas. Hemos de velar 41 hoy
para no ofender ni en palabras ni en hechos. Debemos alabar y honrar a Dios hoy.
Por el ejercicio de la fe viva hoy, hemos de vencer al enemigo. Debemos buscar
a laicos hoy, y estar resueltos a no permanecer satisfechos sin su presencia.
Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se nos
concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida! ¡Cuán
afanosamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras y acciones. Son
pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la
oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos
presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras
dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se
suscite para perturbarnos o angustiarnos. Cuando sintamos que necesitamos la
presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir
sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor
amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos
hacer confidente nuestro. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en
nuestro corazón.
Hermanos y
hermanas, cuando os congregáis para el culto de testimonios, creed que Jesús se
reúne con vosotros, creed que él está dispuesto a bendecirnos. Apartad los ojos
del yo; mirad a Jesús, hablad de su amor sin par. Contemplándole seréis
transformados a su semejanza. Cuando oráis, sed breves y directos. No
prediquéis al Señor un sermón en vuestras largas oraciones. Pedid el pan de
vida como un niño hambriento pide pan a su padre terrenal. Dios nos concederá
toda bendición necesaria, si se la pedimos con sencillez y fe.
Las oraciones
ofrecidas por los predicadores antes de sus discursos, son con frecuencia
largas, e inadecuadas. Abarcan una larga lista de asuntos que no se refieren a las
necesidades del momento o de la gente. Esas oraciones son adecuadas para la
cámara secreta, 42 pero no deben ofrecerse en público. Los oyentes se cansan, y
anhelan que el predicador termine. Hermanos, llevad a la gente con vosotros en
vuestras oraciones. Id al Salvador con fe, decidle lo que necesitáis en esa
ocasión. Dejad que el alma se acerque a Dios con intenso anhelo en busca de la
bendición necesaria en el momento.
La oración es el
ejercicio más santo del alma. Debe ser sincera, humilde y ferviente: los deseos
de un corazón renovado, exhalados en la presencia de un Dios santo. Cuando el
suplicante sienta que está en la presencia divina, se olvidará de sí mismo. No
tendrá deseo de ostentar talento humano, no tratará de agradar al oído de los
hombres, sino de obtener la bendición que el alma anhela.
Si aceptásemos
la palabra del Señor al pie de la letra, ¡qué bendiciones serían las nuestras!
¡Ojalá que hubiese más oración ferviente y eficaz! Cristo ayudará a todos los
que le busquen con fe.
Queda todavía
por hacer una gran obra para salvar las almas. Cada ángel glorioso está
empeñado en esta obra, mientras que se opone a ella todo demonio de las
tinieblas. Cristo nos ha demostrado el gran valor de las almas al venir con el
atesorado amor de la eternidad en su corazón, ofreciendo hacer al hombre
heredero de toda su riqueza. Nos revela el amor del Padre por la especie
culpable, y nos lo presenta como justo y justificador del que
cree."Testimonies for the Church," tomo 5, p. 204. 43
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