EL SEÑOR llamó a
su pueblo Israel, y lo separó del mundo, a fin de confiarle un cometido
sagrado. Lo hizo depositario de su ley, y quiso por su medio conservar entre
los hombres el conocimiento de sí mismo. Por este pueblo, la luz del cielo
había de resplandecer en los lugares obscuros de la tierra, y había de oírse
una voz llamando a todos los pueblos a apartarse de su idolatría para servir al
Dios viviente y verdadero. Si los hebreos hubiesen sido fieles a su cometió,
habrían sido una potencia en el mundo. Dios habría sido su defensa, y los
habría ensalzado sobre todas las demás, naciones. Su luz y su verdad habrían
sido reveladas por su medio, y se habrían destacado bajo su sabia y santa
dirección como ejemplo de la superioridad de su gobierno sobre toda forma de
idolatría.
Pero ellos no
cumplieron su pacto con Dios. Siguieron las prácticas idólatras de otras
naciones, y en vez de dar al nombre de su creador alabanza en la tierra, su
conducta lo expuso al desprecio de las naciones. Sin embargo, el propósito de
Dios debe lograrse. El conocimiento de su voluntad debe difundiese en la
tierra. Dios trajo la mano del opresor sobre su pueblo, y lo dispersó cautivo
entre las naciones. Bajo la aflicción, muchos de ellos se arrepintieron de sus
transgresiones, y buscaron al Señor. Dispersos en las tierras de los paganos,
difundieron el conocimiento del verdadero Dios. Los principios de la ley divina
entraron en conflicto con las costumbres y prácticas de las naciones. Los
idólatras trataron de aplastar la verdadera fe. En su providencia, el Señor
puso a sus siervos, Daniel, Nehemías, Esdras, frente a frente con reyes
gobernantes, para que esos idólatras tuviesen oportunidad de recibir la luz.
Así la obra que Dios había dado a su pueblo para que la hiciese en la
prosperidad, en sus propios confines, pero que había sido descuidada por su
infidelidad, 114 fue hecha por ellos en el cautiverio, bajo grandes pruebas y
molestias. Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo
Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la poderosa hacha de la
verdad- mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero, -la ha separado de
las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha
hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la
profecía para este tiempo. Como los santos oráculos confiados al antiguo
Israel, son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo. Los tres
ángeles de Apocalipsis 14 representan a aquellos que aceptan la luz de los
mensajes de Dios, y salen como agentes suyos para pregonar las amonestaciones
por toda la anchura y longitud de la tierra. Cristo declara a los que le
siguen: "Sois la luz del mundo."* A toda alma que acepta a Jesús, la
cruz del Calvario dice: "He aquí el valor de un alma. 'Id por todo el
mundo; predicad el evangelio a toda criatura.'"* No se ha de permitir que
nada estorbe esta obra. Es una obra de suma importancia para este tiempo; y ha
de ser tan abarcante como la eternidad. El amor que Jesús manifestó por las
almas de los hombres en el sacrificio que hizo por su redención, impulsará a
todos los que le sigan.
Pero muy pocos
de aquellos que han recibido la luz están haciendo la obra confiada a sus
manos. Hay algunos hombres de fidelidad inquebrantable que no buscan la
comodidad, la conveniencia y la vida misma, que van penetrando dondequiera vean
la oportunidad de presentar la luz de la verdad y vindicar la santa ley de
Dios. Pero los pecados que dominan al mundo han penetrado en las iglesias, y en
el corazón de aquellos que aseveran ser el pueblo peculiar de Dios. Muchos que
han recibido la luz, ejercen una influencia que tiende a calmar los temores de
los mundanos y religiosos formales. Hay amadores del mundo 115 aun entre
aquellos que profesan esperar al Señor. Hay ambición de riquezas y honores.
Cristo describe a esa clase cuando declara que el día de Dios ha de venir como
un lazo sobre todos aquellos que moran en la tierra. Este mundo es su hogar.
Negocian para asegurar tesoros terrenales. Erigen costosas viviendas con todas
las comodidades; hallan placer en los vestidos y en la satisfacción del
apetito. Las cosas del mundo son sus ídolos. Se interponen entre el alma y
Cristo, y ven tan sólo en forma débil y empañada las solemnes y tremendas
realidades que nos apremian. La misma desobediencia y fracaso que se vieron en
la iglesia judaica han caracterizado en mayor grado al pueblo que ha tenido la
gran luz celestial de los últimos mensajes de amonestación. ¿Dejaremos que la
historia de Israel se repita en nuestra vida? ¿Despilfarraremos como él
nuestras oportunidades y privilegios hasta que Dios permita que nos sobrecojan
la opresión y la persecución? ¿Dejaremos sin hacer la obra que podríamos haber
hecho en paz y comparativa prosperidad hasta que debamos hacerla en días de
tinieblas, bajo la presión de las pruebas y persecuciones?
Hay una terrible
culpa de la cual la iglesia es responsable. ¿Por qué no están haciendo más
esfuerzos fervientes para dar la luz a otros aquellos que la tienen? Ven que el
fin se acerca. Ven que multitudes violan diariamente la ley de Dios; saben que
esas almas no pueden ser salvas en la transgresión. Sin embargo, tienen más
interés en sus oficios, sus fincas, sus casas, sus mercaderías, sus vestidos y
sus mesas, que en las almas de los hombres y mujeres con quienes tendrán que
encontrarse frente a frente en el juicio. Los que pretenden obedecer la verdad
están dormidos. No podrían estar tan cómodos si estuviesen despiertos. El amor
a la verdad se está apagando en su corazón. Su ejemplo no es de tal índole que
convenza al mundo de que tienen la verdad sobre todos los demás pueblos de la
tierra. Cuando debieran 116 ser fuertes en Dios, teniendo una experiencia
diaria viva, son débiles, vacilantes, confían su sostén espiritual a los
predicadores, cuando debieran estar ministrando a otros con mente, alma, voz,
pluma, tiempo y dinero.
Hermanos y
hermanas, muchos de vosotros os excusáis de obrar, diciendo que no podéis
trabajar para otros. Pero ¿os hizo Dios tan incapaces? ¿No ha sido esta
incapacidad vuestra producida por vuestra propia inactividad, y perpetuada por
vuestra elección deliberada? ¿No os dio el Señor por lo menos un talento que
aprovechar, no para vuestra conveniencia y satisfacción, sino para él? ¿Habéis
comprendido vuestra obligación, como siervos suyos, de traerle renta mediante
un empleo sabio y hábil del capital que os confió? ¿Habéis descuidado las
oportunidades de mejorar vuestras facultades a este fin? Es demasiado cierto
que pocos han sentido alguna responsabilidad ante Dios. El amor, el juicio, la
memoria, la previsión, el tacto, la energía y todas las demás facultades han
sido dedicadas al yo. Habéis manifestado mayor sabiduría en el servicio del mal
que en la causa de Dios. Habéis pervertido, incapacitado, hasta embrutecido
vuestras facultades, por vuestra intensa actividad en búsquedas mundanales, con
descuido de la obra de Dios.
Sin embargo,
calmáis vuestra conciencia diciendo que no podéis deshacer lo pasado, y obtener
el vigor, la fuerza, y la habilidad que podríais haber tenido empleando
vuestras facultades como Dios lo requería. Pero recordad que él os tiene por
responsables de la obra hecha negligentemente o dejada sin hacer por vuestra
infidelidad. Cuanto más ejercitéis vuestras facultades por el Maestro, tanto
más aptos y hábiles os volveréis. Cuanto más íntimamente os relacionéis con la
fuente de luz y poder, mayor luz será derramada sobre vosotros, y mayor poder
obtendréis para dedicarlo a Dios. Y sois responsables por todo lo que podríais
haber tenido, pero dejasteis de obtener por 117 vuestra devoción al mundo.
Cuando decidisteis seguir a Cristo, os comprometisteis a servirle a él sólo; y
él prometió estar con vosotros y bendeciros, refrigeraros con su luz,
consejeros su paz, y haceros gozosos en su obra. ¿Habéis dejado de experimentar
estas bendiciones? Tened por seguro que es el resultado de vuestra propia
conducta.
A fin de escapar
a la conscripción durante la guerra, hubo hombres que se provocaron
enfermedades, otros se mutilaron para quedar inaptos para el servicio. Esto
ilustra la conducta que muchos han seguido en relación con la causa de Dios.
Han atrofiado sus facultades, tanto físicas como mentales, y no han podido
hacer la obra que es tan necesaria.
Supongamos que
se colocase una suma de dinero en vuestras manos para que la invirtierais con
cierto fin. ¿La arrojaríais lejos declarando que no sois ya más responsables de
usarla? ¿Os parecería que os habríais ahorrado una gran preocupación? Sin
embargo, esto es lo que habéis estado haciendo con los dones de Dios. El
excusaros de trabajar por otros, por falta de capacidad, mientras que estáis
absortos en búsquedas mundanales, es burlaros de Dios. Multitudes están bajando
a la ruina, el pueblo que ha recibido la luz y la verdad, no es más que un
puñado, para resistir a toda la hueste del mal; y sin embargo, este pequeño
grupo está dedicando sus energías a todo menos a aprender cómo rescatar las
almas de la muerte. ¿Es acaso extraño que la iglesia sea débil y deficiente,
que Dios pueda hacer tan sólo poco en favor de aquellos que profesan ser su
pueblo? Se está colocando donde le es imposible trabajar con ellos y para
ellos. ¿Osaréis continuar así, despreciando sus requerimientos? ¿Seguiréis
jugando con los más sagrados cometidos del cielo? ¿Diréis como Caín: "Soy
yo guarda de mi hermano"?* Recordad que vuestra responsabilidad no se mide
por vuestros actuales recursos y capacidades, sino por 118 las facultades
originalmente concedidas y las posibilidades de mejorarlas. La pregunta que
cada uno debe hacerse no se refiere a si él es ahora inexperto e inepto para
trabajar en la causa de Dios, sino cómo y por qué se halla en esa condición, y
cómo puede ser remediada. Dios no nos dotará en forma sobrenatural de las
calificaciones de que carecemos; pero mientras ejercemos la habilidad que
tenemos, él obrará con nosotros para aumentar y fortalecer toda facultad;
nuestras energías dormidas serán despertadas, y las facultades que han estado
paralizadas durante mucho tiempo recibirán nueva vida.
Mientras estamos
en el mundo, debemos tratar con las cosas del mundo. Siempre será necesaria la
transacción de negocios temporales de carácter secular; pero éstos no deben
nunca llegar a absorberlo todo. El apóstol Pablo ha dado una regla segura:
"En el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu; sirviendo al
Señor."* Los deberes humildes y comunes de la vida han de cumplirse todos
con fidelidad; "con buena voluntad," dice el apóstol, "como al
Señor."* Cualquiera sea nuestro ramo de trabajo, en la casa, en el campo, o
en las actividades intelectuales, podemos cumplirlo para gloria de Dios,
mientras damos a Cristo el primero, el último y mejor lugar en todo. Pero,
además de esos empleos mundanales, ha sido dado a cada discípulo de Cristo un
trabajo especial para edificar su reino, un trabajo que requiere esfuerzo
personal para la salvación de los hombres. No es una obra que haya de ser
cumplida una vez por semana simplemente, en el local de culto, sino en todo
tiempo y en todos los lugares.
Cada uno de los
que se relacionan con la iglesia hace por ese hecho un voto solemne de trabajar
para el bien de la iglesia, y de juzgar este interés superior a toda
consideración mundanal. Le toca conservar una relación viva con Dios, dedicarse
con corazón y alma al gran plan de la redención, y manifestar, en 119 su vida y
carácter, la excelencia de los mandamientos de Dios en contraste con las
costumbres y los preceptos del mundo. Cada persona que ha profesado aceptar a
Cristo se ha comprometido a ser todo lo que le es posible ser como obrero
espiritual, a ser activa, celosa y eficiente en el servicio de su Maestro.
Cristo espera que cada hombre haga su deber. Sea éste el santo y seña de todas
las filas de sus discípulos.
Para impartir
luz, no hemos de esperar que se nos solicite, que se nos importune para dar
consejo o instrucción. Cada uno de los que reciben los rayos del Sol de
justicia ha de reflejar su brillo sobre cuantos le rodean. Su religión debe
ejercer una influencia decidida y positiva. Sus oraciones y súplicas deben
estar de tal manera imbuídas del Espíritu Santo que enternezcan y subyuguen el
alma. Dijo Jesús: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para
que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos."* Sería mejor para un mundano nunca haber visto a quien profese
religión que haber estando bajo la influencia de quien ignora el poder de la
piedad. Si Cristo fuese nuestro modelo, su vida nuestra regla, ¡qué celo se
manifestaría, qué esfuerzos se harían, qué generosidad se ejercería, qué
abnegación se practicaría! ¡Cuán incansablemente trabajaríamos qué fervientes
peticiones por poder y sabiduría elevaríamos a Dios! Si todos los que profesan
ser hijos de Dios sintieran que es el negocio principal de la vida hacer la
obra que él les ha ordenado que hagan, si trabajasen abnegadamente en su causa,
¡qué cambio se vería en los corazones y hogares, en las iglesias, sí, en el
mundo mismo!
En toda época,
los que siguieron a Cristo necesitaron vigilancia y fidelidad; pero ahora
estamos en el mismo umbral del mundo eterno, y teniendo las verdades que
tenemos, tanta luz, una palabra tan importante, debemos duplicar nuestra
diligencia. Cada 120 uno ha de obrar hasta lo sumo de su capacidad. Hermano
mío, Vd. hace peligrar su propia salvación si retrocede ahora. Dios le pedirá
cuenta si fracasa en el trabajo que le ha asignado. ¿Tiene Vd. un conocimiento
de la verdad? Comuníquelo a otros.
¿Qué puedo decir
para despertar a nuestras iglesias? ¿Qué puedo decir a aquellos que han
desempeñado una parte prominente en la proclamación del postrer mensaje?
"El Señor viene," es el testimonio dado, no sólo por los labios, sino
por la vida y el carácter; pero muchos de aquellos a quienes Dios ha dado luz y
conocimiento, talentos de influencia y recursos, son hombres que no aman la
verdad, y no la practican. Han bebido tan ávidamente de la copa intoxicante del
egoísmo y la mundanalidad que se han embriagado con los cuidados de esta vida.
Hermanos, si continuáis siendo tan ociosos y mundanales y tan egoístas como antes,
Dios os pasará seguramente por alto, y tomará a los que tienen menos cuidado de
sí mismos, son menos ambiciosos de honores mundanales, y no vacilarán, como no
vaciló su Maestro, en cuanto a ir fuera de campamento, llevando el oprobio. La
obra será dada a aquellos que la acepten, a aquellos que la aprecien, que
entretejan sus principios con su experiencia diaria. Dios elegirá a hombres
humildes, que traten de glorificar su nombre y de hacer progresar su causa, más
bien que honrarse y favorecerse a sí mismos. El suscitará hombres que no tengan
tanta sabiduría mundanal, pero que estén relacionados con él, que busquen
fuerza y consejo de lo alto.
Algunos de
nuestros hermanos dirigentes están inclinados a manifestar el espíritu que
manifestó el apóstol Juan cuando dijo: "Maestro, hemos visto a uno que
echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, por que no sigue con
nosotros."* La organización y la disciplina son esenciales, pero hay ahora
gran peligro de apartarse de la sencillez del evangelio de Cristo. Lo que
necesitamos es depender 121 menos de las meras formas y ceremonias, y mucho más
del poder de la verdadera piedad. Si su vida y carácter son ejemplares,
trabajen todos los que quieran, cualquiera que sea su capacidad. Aunque no se
conformen exactamente a vuestros métodos, no debéis decir una sola palabra para
condenarlos o desalentarlos. Cuando los fariseos deseaban que Jesús hiciese
callar a los niños que cantaban sus alabanzas, el Salvador dijo. "Os digo
que si éstos callaren, las piedras clamarán."* La profecía debía
cumplirse. Así en estos días, la obra debe ser hecha. Hay muchos ramos en la
obra; desempeñe cada uno una parte lo mejor que pueda. El hombre que tiene un
talento no debe ir a enterrarlo. Dios ha dado a cada uno su trabajo, según su
capacidad. Aquellos a quienes han sido confiados cometidos y capacidades
mayores, no deben tratar de hacer callar a otros que son menos capaces o
expertos. Los hombres que tienen un talento pueden alcanzar una clase de
personas que aquellos que tienen dos o cinco talentos no pueden alcanzar.
Grandes y pequeños por igual, son vasos elegidos para llevar el agua de la vida
a las almas sedientas. No repriman los predicadores al obrero más humilde,
diciendo: "Vd. debe trabajar en este ramo, o no trabajar en
absoluto." Dejadlos libres, hermanos. Haga cada uno en su propia esfera,
con su propia armadura puesta. cuanto pueda en su manera humilde. Fortaleced
sus manos en la obra. Este no es un tiempo en que haya de predominar el
fariseísmo. Dejad trabajar a Dios por medio de quienes quiera. El mensaje debe
pregonarse.
Todos han de
demostrar su fidelidad a Dios por el uso prudente del capital que les ha sido
confiado, no sólo en recursos, sino en cualquier don que tienda a la
edificación de su reino. Satanás empleará todo designio posible para impedir
que la verdad llegue a aquellos que están sumidos en el error; pero la voz de
la amonestación y la súplica debe llegarles. Y 122 aunque son tan sólo pocos
los que están empeñados en esta obra, millares debieran estar tan interesados
como ellos. Dios no quiso nunca que los miembros laicos de la iglesia se
excusasen de trabajar en su causa. "Id también vosotros a mi viña,"*
es la orden del Maestro a cada uno de los que le siguen. Mientras en el mundo
haya almas que no se han convertido. deben hacerse los esfuerzos más activos,
fervientes, celosos Y resueltos para su salvación. Los que han recibido la luz
deben tratar de iluminar a aquellos que no la poseen. Si los miembros de la
iglesia no emprenden individualmente esta obra, demuestran que no tienen
relación viva con Dios. Su nombre está registrado como el de siervos perezosos.
¿ No podéis discernir la razón por la cual no hay más espiritualidad en
nuestras iglesias? Es porque no sois colaboradores con Cristo.
Dios ha dado a
cada hombre su trabajo. Espere cada uno en Dios, y él nos enseñará a trabajar,
y qué obra somos más aptos para cumplir. Sin embargo, nadie debe empezar con un
espíritu independiente, para promulgar nuevas teorías. Los obreros deben estar
en armonía con la verdad y con sus hermanos. Debe haber consejo y cooperación.
Pero no han de sentir que a cada paso deben aguardar para preguntar a algún
oficial superior si pueden hacer esto o aquello. No miréis al hombre para ser
guiados, sino al Dios de Israel.
La obra que la
iglesia no ha hecho en tiempo de paz y prosperidad, tendrá que hacerla durante
una terrible crisis, en las circunstancias más desalentadoras y prohibitivas.
Las amonestaciones que la conformidad al mundo ha hecho callar o retener,
deberán darse bajo la más fiera oposición de los enemigos de la fe. Y en ese
tiempo la clase superficial y conservadora, cuya influencia impidió
constantemente los progresos de la obra, renunciará a la fe, y se colocará con
sus enemigos abiertos, hacia los cuales sus simpatías 123 han estado tendiendo
durante mucho tiempo. Esos apóstatas manifestarán entonces la más acerba
enemistad, haciendo cuanto puedan para oprimir y vilipendiar a sus antiguos
hermanos, y para excitar la indignación contra ellos. Ese día está por sobrecogernos.
Los miembros de la iglesia serán probados individualmente. Serán puestos en
circunstancias donde se verán obligados a dar testimonio por la verdad. Muchos
serán llamados a hablar ante concilios y tribunales, tal vez por separado y a
solas. Descuidaron de obtener la experiencia que les habría ayudado en esta
emergencia, y su alma queda recargada de remordimiento por las oportunidades
desperdiciadas y los privilegios descuidados.
Hermano mío,
hermana mía, meditad en estas cosas, os lo ruego. Cada uno de vosotros tiene
una obra que hacer. Vuestra infidelidad y negligencia son anotadas contra
vosotros en el libro mayor del cielo. Habéis cercenado vuestras facultades, y
disminuido vuestra capacidad. Carecéis de la experiencia eficiencia que
podríais tener. Pero antes de que sea demasiado tarde, os ruego que despertéis.
No demoréis más. El día está casi terminado. El sol poniente se está por
esconder para siempre de vuestra vista. Mientras la sangre de Cristo intercede,
podéis hallar perdón. Recurrid a todas las energías del alma, emplead las pocas
horas que quedan en trabajar fervientemente para Dios y para vuestros
semejantes.
Mi corazón está
conmovido hasta lo sumo. Las palabras son inadecuadas para expresar mis
sentimientos mientras intercedo por las almas que perecen. ¿Deberé interceder
en vano? Como embajadora de Cristo, quisiera incitaros a trabajar como nunca
habéis trabajado. Vuestro deber no debe ser transferido a otro. Nadie sino
vosotros mismos puede realizar vuestra obra. Si retenéis vuestra luz, alguien
quedará en tinieblas por vuestra negligencia.
La eternidad se
extiende delante de nosotros. La cortina está por alzarse. Los que ocupamos
esta posición 124 de solemnidad y responsabilidad, ¿qué estamos haciendo, qué
estamos pensando, que nos aferramos a nuestro egoísta amor a la comodidad,
mientras las almas están pereciendo en derredor nuestro? ¿Se han encallecido
completamente nuestros corazones? ¿No podemos sentir o comprender que debemos
hacer una obra en favor de la salvación de los demás? Hermanos, ¿sois de la
clase que teniendo ojos no ve, y teniendo oídos no oye? ¿Os ha dado Dios en
vano el conocimiento de su voluntad? ¿Os ha mandado en vano amonestación tras
amonestación? ¿Creéis las declaraciones de la verdad eterna concernientes a lo
que está por sobrevenir a la tierra? ¿Creéis que los juicios de Dios están
pendientes sobre la gente, y podéis, sin embargo, permanecer tranquilos,
insolentes, negligentes, amando los placeres?
No es ahora
tiempo para que el pueblo de Dios fije sus afectos o se haga tesoros en el
mundo. No está lejano el tiempo en que, como los primeros discípulos, seremos
obligados a buscar refugio en lugares desolados y solitarios. Así como el sitio
de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los
cristianos de Judea, así la asunción de poder por parte de nuestra nación [los
Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para
nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes
ciudades, y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares
retraídos en lugares apartados entre las montañas. Y ahora, en vez de buscar
costosas moradas aquí, debemos prepararnos para trasladarnos a un país mejor,
el celestial. En vez de gastar nuestros recursos en la complacencia propia,
debemos estudiar la economía. Cada talento prestado por Dios debe ser empleado
para su gloria en amonestar al mundo. Dios tiene una obra para sus
colaboradores en las ciudades. Nuestras misiones deben ser sostenidas y deben
abrirse nuevas. El llevar a cabo esta obra con éxito requerirá desembolsos no
pequeños. Se necesitan casas de culto, donde 125 la gente pueda ser invitada a
oír las verdades para este tiempo. Con este mismo fin, Dios ha confiado un
capital a sus mayordomos. No dejemos que nuestra propiedad esté invertida en
empresas terrenales de carácter mundanal, de manera que esta obra sea impedida.
Colocad vuestros recursos donde podáis manejarlos Para beneficio de la causa de
Dios. Enviad vuestros tesoros delante de vosotros al cielo.
Los miembros de
la iglesia deben mantenerse individualmente, con todo lo que poseen, sobre el
altar de Dios. Ahora como nunca antes, se aplica la amonestación del salvador:
"Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen,
tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón no llega ni polilla
corrompe. Porque donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro
corazón."* Los que están inmovilizando sus recursos en grandes casas, en
tierras, en empresas mundanales, están diciendo por sus acciones: "Dios no
los puede tener; los quiero para mi." Han envuelto su único talento en un
lienzo, y lo han ocultado en la tierra. Los tales tienen motivo para alarmarse.
Hermanos, Dios no os ha confiado recursos para dejarlos ociosos, ni para
retenerlos codiciosamente u ocultarlos, sino para emplearlos en hacer progresar
su causa, en salvar las almas de los que perecen. No es ahora tiempo para
invertir el dinero del señor en vuestros costosos edificios y vuestras grandes
empresas, mientras su causa se ve estorbada y debe avanzar mendigando, con su
tesorería suplida a medias. El señor no bendice esa manera de trabajar.
Recordar que se acerca rápidamente el día en que se dirá: "Da cuenta de tu
mayordomía."* ¿No podéis discernir las señales de los tiempos?.
Cada día que
pasa nos trae más cerca del último grande e importante día. Estamos
actualmente, un año mas cerca del juicio, más cerca de la eternidad, de lo que
estabamos al principio de 1884. ¿Nos estamos acercando también más a Dios?
¿Estamos velando en oración?. 126
Otro año del
tiempo en que podemos trabajar ha pasado a la eternidad. Cada día hemos estado
asociados con hombres y mujeres que van encaminados hacia el juicio. Cada día
puede haber sido la línea divisoria para algún alma; alguno puede haber hecho
la decisión que determinará su destino futuro. ¿Cuál ha sido nuestra influencia
sobre estos compañeros de viaje? ¿Qué esfuerzos hemos hecho para llevarlos a
Cristo?
Es algo solemne
morir, pero es mucho más solemne vivir. Cada pensamiento, palabra y acción de
nuestra vida volverá a confrontarnos. Permaneceremos siendo durante toda la
eternidad lo que hacemos de nosotros mismos en el tiempo de gracia. La muerte
provoca la disolución del cuerpo, pero no produce cambio en el carácter. La
venida de Cristo no cambia nuestro carácter; lo fija tan sólo para siempre sin
posibilidad de cambio.
Vuelvo a llamar
a los miembros de la iglesia a ser cristianos, a ser semejantes a Cristo. Jesús
no trabajaba para sí mismo sino para los demás. Trabajaba para bendecir y
salvar a los perdidos. Si sois cristianos, imitaréis su ejemplo. El echó el
fundamento, y somos calificadores juntamente con él. Pero ¿qué material estamos
poniendo sobre este fundamento? "La obra de cada uno será manifestada:
porque el día la declarará; porque por el fuego será manifestada; y la obra de
cada uno cuál sea, el fuego hará la prueba."* Si estáis dedicando toda
vuestra fuerza y talento a las cosas de este mundo, el trabajo de vuestra vida
está representado por madera, heno y hojarasca, que serán consumidos por el
fuego en el postrer día. Pero la labor abnegada por Cristo y la vida futura
será como oro y plata y piedras preciosas; es imperecedera.
Hermanos y
hermanas, despertad, os ruego, del sueño mortal. Es demasiado tarde para
dedicar la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos a 127 servir al
yo. No permitáis que el último día os halle privados del tesoro celestial.
Tratad de fomentar los triunfos de la cruz, de iluminar las almas, de trabajar
por la salvación de vuestros semejantes, y vuestra obra soportará la prueba del
fuego.
"Si
permaneciere la obra de alguno, . . . recibirá recompensa. " Gloriosa será
la recompensa concedida cuando los obreros fieles sean congregados en derredor
del trono de Dios y el Cordero. Cuando Juan, en su estado mortal, contempló la
gloria de Dios, cayó como muerto; no pudo soportar esa visión. Cuando lo mortal
se haya vestido de inmortalidad, los redimidos serán como Jesús, porque le,
verán tal cual es. Estarán delante del trono, lo cual significa que habrán sido
aceptados. Todos sus pecados habrán sido borrados, todas sus transgresiones,
disipadas. Entonces podrán mirar sin velo la gloria del trono de Dios. Habrán
sido participantes con Cristo en sus sufrimientos, habrán trabajado juntamente
con él en el plan de la redención, y habrán de participar con él en el gozo de
contemplar las almas salvadas por su medio para que alaben a Dios durante toda
la eternidad.
Dios ha revelado
lo que ha de suceder en los postreros días, para que su pueblo pueda estar
preparado, a fin de que pueda resistir la tempestad de la oposición y la ira.
Los que han sido advertidos de los sucesos que les esperan, no han de quedar
sentados en calmosa expectación de la venidera tormenta, consolándose con que
el Señor protegerá a sus fieles en el día de la tribulación. Hemos de ser como
hombres que esperan a, su Señor, no en ociosa expectativa, sino en trabajo
ferviente, con fe inquebrantable. No es tiempo ahora de dejar que nuestra mente
se cargue con cosas de menor importancia.- "Testimonies for the
Church," tomo 5, p. 452. 128
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