LA ENVIDIA no es
simplemente una perversión del carácter, sino un disturbio que trastorna todas
las facultades. Empezó con Satanás. El deseaba ser el primero en el cielo, y,
porque no podía tener todo el poder y la gloria que buscaba, se rebeló contra
el gobierno de Dios. Envidió a nuestros primeros padres, y los indujo a pecar,
y así los arruinó a ellos y a toda la familia humana.
El hombre
envidioso cierra los ojos para no ver las buenas cualidades y nobles acciones
de los demás. Está siempre listo para despreciar y representar falsamente lo
excelente. Con frecuencia los hombres confiesan y abandonan otras faltas; pero
poco puede esperarse del envidioso. Puesto que el envidiar a una persona es
admitir que ella es superior, el orgullo no permitirá ninguna confesión. Si se
hace un esfuerzo para convencer a la persona envidiosa de su pecado, se
exacerba aún más contra el objeto de su pasión, y con demasiada frecuencia
permanece incurable.
El envidioso
difunde veneno dondequiera que vaya, enajenando amigos, y levantando odio y
rebelión contra Dios y los hombres. Trata de que se le considere el mejor y el
mayor, no mediante esfuerzos heroicos y abnegados para alcanzar el blanco de la
excelencia él mismo, sino permaneciendo donde está, y disminuyendo el mérito de
los esfuerzos ajenos. 12
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