LA VIDA es una
disciplina. Mientras estuviera en el mundo, el creyente arrostrará influencias
adversas. Habrá provocaciones que prueben su genio; y es afrontándolas con el
espíritu debido cómo se desarrollan las gracias cristianas. Si se soportan
mansamente las injurias e insultos, si se responde a ellos con contestaciones
amables, y a los actos de opresión con la bondad, se dan evidencias de que el
Espíritu de Cristo mora en el corazón, y de que fluye la savia de la Vid
viviente por los pámpanos. En esta vida estamos en la escuela de Cristo, donde
hemos de aprender a ser mansos y humildes de corazón; en el día del ajuste final
de cuentas veremos que todos los obstáculos que encontramos, todas las penurias
y molestias que fuimos llamados a soportar, eran lecciones prácticas en la
aplicación de los principios de la vida cristiana. Si se soportan bien,
desarrollan en el carácter virtudes como las de Cristo, y distinguen al
cristiano del mundano.
Debemos alcanzar
una alta norma si queremos ser hijos de Dios, nobles, puros, santos y sin
manchas; la poda es necesaria si queremos alcanzar esta norma. ¿Cómo se
lograría esta poda si no hubiese dificultades que arrostrar, ni obstáculos que
superar, ni nada que exigiese paciencia y tolerancia? Estas pruebas no son las
bendiciones más pequeñas de nuestra vida. Están destinadas a inspirarnos la
determinación de obtener éxito. Debemos emplearlas como medios divinos para
ganar la victoria sobre nosotros mismos, en vez de permitir que nos estorben,
opriman y destruyen.
El carácter será
probado. Cristo se revelará en nosotros si somos verdaderamente pámpanos de la
Vid viviente. Seremos pacientes, bondadosos y tolerantes, alegres en medio de
las inquietudes e irritaciones. Día tras día y año tras año, venceremos al yo,
y creceremos en un noble heroísmo. Esta es la tarea que nos ha sido dada; pero
no puede realizarse sin ayuda continua de Jesús, decisión resuelta, propósito
inquebrantable, 83 vigilancia continua y oración incesante. Cada uno tiene una
batalla personal que pelear. Cada uno debe abrirse paso entre luchas y
desalientos. Los que se niegan a luchar, pierden la fuerza y el gozo de la victoria.
Nadie, ni siquiera Dios, puede llevarnos al cielo a menos que hagamos de
nuestra parte el esfuerzo necesario. Debemos enriquecer nuestra vida con rasgos
de belleza. Debemos extirpar los rayos naturales desagradables que nos hacen
diferentes de Jesús. Aunque Dios obra en nosotros para querer y hacer su
beneplácito debemos obrar en armonía con él. La religión de Cristo transforma
el corazón. Dota de ánimo celestial al hombre de ánimo mundanal. Bajo su
influencia, el egoísta se vuelve abnegado, porque tal es el carácter de Cristo.
El deshonesto y maquinador, se vuelve de tal manera íntegro, que viene a ser su
segunda naturaleza hacer a otros como quisiera que otros hiciesen con él. El
disoluto queda transformado de la impureza a la pureza. Adquiere buenos
hábitos; porque el evangelio de Cristo ha venido a ser para él un sabor de vida
para vida.
Ahora, mientras
dura el tiempo de gracia, no le incumbe a uno pronunciar sentencia contra los
demás, y considerarse un hombre modelo. Cristo es nuestro modelo; imitémosle,
asentemos nuestros pies en sus pisadas. Podéis profesar seguir todo punto de la
verdad presente, pero a menos que practiquéis esas verdades, de nada os valdrá.
No hemos de condenar a los demás; ésta no es nuestra obra; pero debemos amarnos
unos a otros, y orar unos por otros. Cuando vemos a uno apartarse de la verdad,
podemos llorar por él como Cristo lloró sobre Jerusalén. Seamos lo que dice
nuestro Padre celestial en su Palabra acerca de los que yerran: "Hermanos,
si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo,
porque tú no seas también tentado." "Hermanos, si alguno de entre
vosotros ha errado de la verdad, y alguno le convirtiera, sepa que el que 84
hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de
muerte, y cubrirá multitud de pecados."* ¡Cuán grande es esta obra
misionera! ¡Cuánto más parecida al carácter de Cristo que el hecho de que los
pobres mortales falibles estén siempre acusando y condenando a aquellos que no
alcanzan exactamente sus requisitos! Recordemos que Jesús nos conoce
individualmente, y se compadece de nuestras flaquezas. Conoce las necesidades
de cada una de sus criaturas, y la pena oculta e inexpresada de cada corazón.
Si se perjudica a uno de los pequeñuelos por los cuales murió, lo ve, y pedirá
cuenta al ofensor. Jesús es el buen Pastor. El se interesa por sus ovejas
débiles, enfermizas y errabundas. Las conoce a todas por nombre. La angustia de
cada oveja y de cada cordero de su rebaño conmueve su corazón de amor y
simpatía; y el clamor que pide ayuda, llega a su oído. Uno de los mayores
pecados de los pastores de Israel era así señalado por el profeta: "No
corroborasteis las flacas, ni curasteis la enferma: no ligasteis la
perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni buscasteis la perdida; sino que os
habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia; y están derramadas por
falta de pastor; y fueron para ser comidas de toda bestia del campo, y fueron
esparcidas. Y anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo
collado alto: y en toda la haz de la tierra fueron derramadas mis ovejas, y no
hubo quien buscase, ni quién requiriese."*
Jesús cuida de
cada uno como si no hubiese otra persona en toda la tierra. Como Dios, ejerce
gran poder en nuestro favor, mientras que como Hermano mayor nuestro, siente
todas nuestras desgracias. La Majestad del cielo no se mantuvo alejada de la
humanidad degradada y pecaminosa. No tenemos un Sumo Sacerdote tan ensalzado y
encumbrado, que no pueda fijarse en nosotros o simpatizar con nosotros, sino
que 85 fue tentado en todas las cosas como nosotros, aunque sin pecar.
Cuán diferente
de ese espíritu es el sentimiento de indiferencia y desprecio manifestado por
algunos en ----- hacia J., y los que fueron afectados por su influencia. Si
alguna vez se necesitó la gracia transformadora de Dios, fue en esta iglesia.
Al juzgar y condenar a un hermano, emprendieron una obra que Dios no confió
nunca a sus manos. Una dureza de corazón, un espíritu de censura y condenación
tendientes a destruir la individualidad y la independencia, se entretejieron
con su experiencia cristiana, y desterraron de su corazón el amor de Jesús.
Apresuraos, hermanos, a sacar estas cosas de vuestra alma antes que se diga en
el cielo: "El que es injusto, sea injusto todavía: y el que es sucio,
ensúciese todavía: y el que es justo, sea todavía justificado: y el santo sea
santificado todavía."*
Tendréis que
hacer frente a muchas perplejidades en vuestra vida cristiana en relación con
la iglesia; pero no os esforcéis demasiado por amoldar a vuestros hermanos. Si
veis que ellos no satisfacen los requerimientos de la Palabra de Dios, no los
condenéis; si ellos provocan, no respondáis de la misma manera. Cuando se dicen
cosas exasperantes, dominad vuestra alma y no la dejéis agitar. Veis en otros
muchas cosas que parecen malas, y queréis corregirlas. Comenzáis en vuestra
propia fuerza a trabajar por una reforma; pero no la emprendéis de la debida
manera. Debéis trabajar por los que yerran con un corazón subyugado,
enternecido por el Espíritu de Dios, y dejar que el Señor obre por vosotros
como agentes. Descargad vuestra preocupación sobre Jesús. Sentís que el Señor
debe encargarse del caso, donde Satanás está contendiendo por predominar sobre
algún alma; pero debéis hacer lo que podéis con humildad y mansedumbre, y poner
en las manos de Dios la obra enmarañada, los asuntos complicados. Seguid las
indicaciones de su 86 Palabra, y confiad el resultado del asunto a su
sabiduría. Habiendo hecho todo lo que podíais para salvar a vuestro hermano,
dejad de acongojaros, y atended con calma otros deberes apremiantes. Ya no es
más vuestro asunto, sino el de Dios.
No cortéis el
nudo de la dificultad con impaciencia, haciendo desesperados los asuntos. Dejad
que Dios desenrede los hilos enmarañados. El es bastante sabio para manejar las
complicaciones de nuestra vida. El tiene habilidad y tacto. No podemos ver
siempre sus planes; debemos esperar con paciencia que se revelen, y no
arruinarlos y destruirlos. El los revelará a nosotros a su debido tiempo.
Busquemos la unidad, cultivemos el amor y la conformidad con Cristo en todas
las cosas. El es la fuente de unidad y fuerza; pero no habéis buscado la unidad
cristiana, para vincular los corazones en amor.
Hay trabajo para
vosotros en la iglesia y fuera de la iglesia. "En esto es glorificado mi
Padre, en que llevéis mucho fruto."* El fruto que llevamos es la única
cosa que prueba el carácter del árbol delante del mundo. Es la demostración de
nuestro discipulado. Si nuestras obras son de tal carácter que, como pámpanos
de la Vid viviente, producimos ricos racimos de preciosas frutas, exhibimos
ante el mundo el distintivo de Dios como sus hijos e hijas. Somos epístolas
vivientes, conocidas y leídas de todos los hombres.
Ahora, temo que
fracaséis en la obra que debéis hacer para redimir lo pasado y llegar a ser
pámpanos vivos que lleven fruto. Si hacéis como Dios quiere que hagáis, su
bendición penetrará en la iglesia. No habéis sido bastante humildes todavía
para hacer una obra cabal y satisfacer el propósito del Espíritu de Dios. Ha
habido justificación y complacencia propias, vindicación personal, cuando
debiera haber habido humillación, contrición y arrepentimiento. Debéis apartar
toda piedra de tropiezo, y hacer "derechos pasos a vuestros pies, porque
lo que es cojo no salga fuera de 87 camino." * No es demasiado tarde para
corregir los males; pero no debéis sentir que sois sanos, y no os hace falta
médico, porque necesitáis ayuda. Cuando vayáis a Jesús con corazón quebrantado,
él os ayudará y bendecirá, y saldréis a la obra del Maestro con valor y
energía. La mejor evidencia de que estáis en Cristo es el fruto que lleváis. Si
no estáis verdaderamente unidos a él, vuestra luz y vuestro privilegio os
condenarán y arruinarán.
A fin de que la
iglesia prospere, debe realizarse de parte de sus miembros un esfuerzo
estudiado para cultivar la preciosa planta del amor. Favorézcasela en lo
posible para que pueda florecer en el corazón. Cada verdadero cristiano
desarrollará en su vida las características del amor divino, revelará un
espíritu de tolerancia, de beneficencia, y estará libre de toda envidia y
celos. Este carácter desarrollado en las palabras y los actos, no repelerá ni
será inaccesible, frío e indiferente con los intereses ajenos. La persona que
cultiva la preciosa planta del amor, tendrá un espíritu abnegado, y no perderá
el dominio propio ni aun bajo la provocación. No imputará motivos torcidos ni
malas intenciones a otros, sino que lamentará profundamente el pecado cuando lo
descubra en algunos de los discípulos de Cristo.
El amor no se
jacta. Es un elemento humilde. Nunca impulsa a un hombre a alabarse y
ensalzarse a sí mismo. El amor para con Dios y nuestros semejantes no obrará
temerariamente, ni nos inducirá a ser intolerantes y censuradores, o dictadores.
El amor no es hinchado. El corazón donde reina el amor inspirará una conducta
de amabilidad, cortesía y compasión para con los demás, sea que nos agraden o
no, sea que nos respeten o nos traten mal. -"Testimonies for the
Church," tomo 5, pp. 123, 124. 88
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